En un parque de San Francisco vi una de esas famosas cápsulas del tiempo que recogen objetos para que sean analizados en el futuro. El tiempo no es tan urgente como para entenderlo como algo que termine cada segundo. El tiempo tiene su medida, pero hay un tiempo para el disfrute (el beso que desearíamos eterno) y un tiempo para la espera (suspendido y que parece no llegar nunca). En una cápsula del tiempo habría que introducir algo del ahora mismo. Pero a mí lo que me gustaría incluir en la cápsula es un disco de 78 revoluciones por minuto de mi grupo favorito de doo wop, los Orioles, con Sonny Til a la cabeza, el cuarteto vocal más fabuloso que haya creado la música negra hecha para un público negro del que tengamos noticia desde que se iniciaron las grabaciones sonoras.
Los Orioles, naturales de Baltimore, dedicaban largas horas hasta la madrugada quedando en la esquina de la calle para cantar, todos los días, a veces hasta bien entrada la madrugada. Era lo único que podían hacer en una ciudad que les impedía ser servidos en los restaurantes o alojarse en los hoteles del centro. Así, en la esquina de la calle, fueron adquiriendo una maestría maravillosa, recreándose en temáticas que rondaban el amor adolescente de un romanticismo embriagador, canciones dedicadas a la luna y a las estrellas entrevistas saliendo y entrando por las ventanas iluminadas de los lejanos rascacielos, unas canciones que iluminan la oscuridad de una manera que no ha podido ser superada, fiel reflejo de un soñar despierto con todo aquello que les estaba prohibido, su particular forma de afirmarse ante la cruda realidad de la existencia en ese otro apartheid que sufrieron los afroamericanos de América.
Canciones como «It´s too soon to know», escrita por Deborah Chessler, una chica judía, tras ver impresionada en un bar de negros una actuación de los Vibra-Naires. Les ofreció dicha canción y se convirtió en su mánager. Lo que aconteció con «It´s too soon to know» es que, como señala Grail Marcus, tal canción «parecía provenir del éter, no tanto transportado por las ondas del aire como flotando sobre ellas, y nadie sabía qué hacer con ella, solo que detenía el tiempo y los corazones».
Para Grail Marcus -exagerando hasta el extremo en su libro Rastros de carmín- los Orioles protagonizaron el origen del rock & roll, antes de la llegada de Elvis. Es cierto que Elvis Presley hará una versión del «Crying in the Chapel», otra de las canciones de los Orioles, en un alarde de temeridad. Puede Marcus tener razón en lo que supuso de primer aliento del sentimiento de fondo que estaba detrás de esa revolución adolescente que arrasó las relaciones intergeneracionales después del desastre de la II Guerra Mundial, a partir de 1948, que es cuando se inicia la carrera de los Orioles. Las listas de R & B estaban divididas entonces todavía para blancos y para negros. Los primeros grupos vocales, como los Ink Spots, los Ravens, hacían canciones siguiendo unas reglas reconocibles para los blancos. Los Orioles, siendo negros, fueron los pioneros en elegir hacer música para los negros.
Los preciosos discos de 78 revoluciones de los Orioles son exquisitos. Lo que demuestra, ni más ni menos, que el poder de los negros es excepcional. Tan excepcional en determinados ámbitos, que no se les ha dejado nunca salir a la superficie si no es a base de mil batallas. Nelson Mandela es la llama viva más visible -el gran símbolo- de una batalla lenta y permanente por obtener la libertad.
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