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martes, 20 de mayo de 2014

Cronenberg derrama un vaso de ácido en su mapa de las estrellas de Hollywood




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El filme está plagado de nombres estelares: Julianne Moore, Robert Pattinson, John Cusack...
Robert Pattinson, Mia Wasikowska, David Cronenberg, Julianne Moore y John Cusack, en el Festival de Cannes


David Cronenberg es siempre la estrella de sus películas, aunque, como en el caso de ésta, «Maps to the Stars», aparezcan nombres estelares como el de Julianne Moore, Robert Pattinson, John Cusack o Mia Wasikowska. El cine de Cronenberg es un hombre apuntándote desde una terraza lejana, y no sabes si con un rifle o con un matasuegras. En «Maps to the Stars» lo hace con un matasuegras pero rebosante de pólvora. Un sarcasmo, una sátira, una diatriba, una grotesca mueca sobre ese terrario lleno de las más exóticas especies que podríamos situar entre el corazón y las tripas de Hollywood. Un caricaturesco mapa de las estrellas que se divierte encontrando sus zigzagueos entre trágicos clichés, como el del niño Macaulay o Bieber exprimido como un limón hasta que suelta la última gota de ácido; o la estrella que declina entre estertores de ridículo, que interpreta una Julianne Moore que da la impresión de que brillará siempre con máxima intensidad; o el joven arribista que compagina sus talentos de cintura para abajo y de cintura para arriba, muy precisamente interpretado por Robert Pattinson… Es la flor y nata, pero también el deshecho de tienta, de esa sociedad tan apta para fingir como el patio de un psiquiátrico. Como se puede esperar, Cronenberg no tiene la menor piedad con todos ellos, y su mero interés descriptivo y burlón lo ameniza con una trama demencial, caótica, donde se mezclan las vísceras de sentimientos con el humor de estercolero y un catálogo completo de trastornos mentales, emocionales, familiares, laborales y hasta gástricos. «Maps to the Stars» tiene pegada y cierta gracia, y está lejos de su pretenciosa y vacua película anterior, «Cosmópolis», aunque no parece suficiente material como para llevarse la Palma de Oro.
La competición avanza, pero no avanza, no llega esa obra que huela a gran premio. Hasta la fecha, sólo Nuri Bilge Ceylan puede considerarse favorita, a pesar de su kilo y medio de cemento armado, y la argentina «Relatos salvajes», con mucho lo más fresco, original y divertido de lo que se ha visto hasta ahora, no es de las que un jurado «serio» y «entendido» tenga el valor y la personalidad de premiar. También competía ayer «Foxcatcher», de Bennett Miller (el del «Truman Capote» de Phillip Seymour Hoffman), una curiosa historia basada en hechos reales sobre un medallista olímpico de lucha; su hermano, también luchador y mentor suyo, y un extravagante millonario que quiere patrocinar su puesta a punto y crear un campo de entrenamiento con medios y filosofía de ganador. El triángulo lo forman Channing Tatum, Mark Ruffalo y Steve Carell, en el personaje más serio y a la vez risible de su carrera, el de rico heredero que reúne tres palabras que al juntarse hacen «pum», el muchidinero aburrido y abusón, el patriotismo digno de medicación y un complejo de inutilidad bien cimentado por una madre con espuelas y un coeficiente intelectual que se limpia con una bayeta. «Foxcatcher», aun teniendo un ascendente recorrido dramático, no se puede sacudir de encima la impresión de gansada, exactamente igual que Steve Carell, al que cuesta tomarse en serio a pesar de la gravedad que supura su personaje.
Y visto lo visto del panorama oficial a competición, todavía se hace más extraño el hecho, por otra parte habitual, de que no haya cabido ni una sola película española en él. La «Hermosa juventud», de Jaime Rosales, que ha pasado con éxito por Una Cierta Mirada, tiene más fuerza, peso, personalidad, interés, cercanía y verdad que casi todos los títulos ya apeados del concurso. Si Pilar Miró levantara la cabeza, a Thierry Frémaux, director de este Festival a piñón fijo, le caía por lo menos un bofetón.
 

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