Entre disputas familiares y sonadas broncas mediáticas, unas se quedaron sin nada por falta de papeles, otras se dedicaron a dilapidar el legado de su marido, algunas lo protegen (demandas mediante) con exceso de celo y las hay que hasta administran su obra con rigor, cuidado y elegancia.
Según
María Kodama (Buenos Aires, 1937), vivir con alguien como
Jorge Luis Borges (1899-1986) «fue un regalo de los dioses». Así lo reconoció la viuda del escritor la semana pasada en Madrid, donde presentó, en la
Casa del Lector, unas grabaciones inéditas en las que el argentino disertaba sobre el tango. Nada más comenzar la rueda de prensa, la argentina dio buena cuenta de su marcado carácter al corregir a
César Antonio Molina, pues éste había modificado el título de un cuento del autor de
«El aleph». «’Yo soy un mito, pero nadie me ha leído’, me decía Borges. Y tenía razón. No es ‘El hombre de la esquina rosada’, sino
‘Hombre de la esquina rosada’. Si le pones un artículo delante cambias el significado», se quejó la viuda.
Quienes conocen a Kodama saben que su genio es una forma de enfrentarse al mundo que Borges dejó en junio de 1986, casi dos meses después de haberse
casado por poderes con la que fuera su alumna (se llevaban casi cuarenta años).
María Kodama se convirtió en la única heredera de Borges y protege con celo su legado (es la presidenta de la
Fundación Internacional Jorge Luis Borges), hasta el punto de que
«Le Nouvel Observateur» llegó a decir que «la obra de Borges es rehén de Kodama». Ella se defiende. Como lo hizo en una
entrevista en ABC con motivo del veinticinco aniversario de la muerte de su marido: «No hay derecho que un puñado de estafadores den una imagen falsa de mí. Algunos quieren ser Borges y me odian porque les digo que no son Borges».
Batalla judicial
El mismo odio ha despertado siempre en ciertos círculos culturales
Marina Castaño, la viuda de Camilo José Cela (1916–2002). El
premio Nobel de Literatura se casó con la joven periodista (se llevaban 42 años) en 1991. Con ella, el autor de
«La colmena» compartió los últimos doce años de su vida y se alejó para siempre de su único hijo,
Camilo José Cela Conde. La viuda del escritor y éste se enzarzaron a la muerte del escritor en una batalla judicial que terminó hace bien poco. El hijo de Cela reclamaba las dos terceras partes de la
herencia de su padre.
Otro patrimonio objeto de encarnizada disputa fue el de
Rafael Alberti (1902-1999). Su viuda,
María Asunción Mateo, y la única hija del poeta,
Aitana Alberti (que éste tuvo con su primera mujer,
María Teresa León), mantuvieron un sonado enfrentamiento por culpa de un farragoso testamento. Mateo, profesora de literatura, resultó claramente beneficiada (junto a los hijos que tenía de un matrimonio anterior) en el
testamento de Alberti, que este firmó solo seis días antes de cumplir 94 años. Se había casado a los 87 y la llevaba 42 años.
En dicho testamento a su hija solo le dejó las cosas que había ido recibiendo en vida de sus progenitores, cuadros y cartas, fundamentalmente. Además,
María Asunción Mateo creó en vida de Alberti «El alba del alelhí», una
sociedad mercantil a través de la cual se asegura el
control de la obra y los
derechos de imagen del autor. Veinticuatro años después de la muerte de su padre, Aitana Alberti sigue sin recibir nada del testamento que en su día impugnó y al que llegó a considerar un «expolio».
El papel de «viuda de»
Un caso bastante opuesto al de
Pilar del Río, la viuda de
José Saramago (1922-2010). La periodista española se casó en 1988 con el Nobel portugués, al que había conocido dos años antes en una entrevista y con el que
se llevaba casi treinta años. Del Río preside actualmente la
Fundación José Saramago «reorganizando archivos y papeles, poniendo en pie proyectos», como explicó a la revista
«Mujer Hoy» al cumplirse el segundo aniversario de la muerte del escritor.
En aquella entrevista expresó su disgusto con el papel de «viuda de»: «Me parece necio que se te defina así. Yo me llamo Pilar del Río. Y se me entrevista por traducir libros, por ser la presidenta de la Fundación José Saramago... no por ser la viuda de alguien», recalcó.
«Saramago es mi militancia», remató entonces quien preserva con rigidez la línea ideológica del legado del autor.
Rigidez que la emparenta con
Yoko Ono, la que fuera segunda esposa de
John Lennon (1940-1980). Las malas lenguas siempre dijeron que fue ella la culpable de la
separación de los Beatles. El año pasado,
Paul McCartney la «exculpó»:
«Yoko Ono no separó a los Beatles», dijo el músico a David Frost en el canal Al Jazeera. Hace pocas semanas,
Yoko Ono agradecía el gesto (a su manera) a Sir Paul en una entrevista en «The Times»:
«¿Dices eso ahora, después de 40 años?».
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