En el programa de menores de Pueblos Unidos acompañamos el crecimiento de niñas y niños, desde los seis años hasta que terminan el ciclo escolar. La mayoría de los menores que participan en nuestro proyecto educativo pertenecen a familias de origen migrante. Todos ellos, pero de forma muy particular las niñas y jóvenes, se encuentran con el desafío nada fácil de construir su propia identidad integrando elementos muy diversos y, con frecuencia, muy dispares.
Nuestra amiga Y es una de esta chicas que conocemos. Y no es una más… Llegó a España desde un país del Magreb, siendo todavía una niña. Ahora roza ya los veinte y ha descubierto algunas claves para convertirse en la mujer que quiere ser. Su relato, cargado de candidez y de valor, empieza así…
Mi vida tiene un antes y un después. Yo era una oveja más en el rebaño. Nunca me planteaba nada ni pensaba en nada. Por muy triste que parezca, simplemente seguía a mi rebaño con los ojos cerrados. Un día nos mudamos a una granja que estaba en otro país. Lo único que había oído sobre mi nuevo hogar era que sus ovejas no se parecían a las nuestras y que tenía que tener cuidado con lo que me decían y no hacerles mucho caso. Como era propio de mí, obedecí a mi rebaño y traté de evitar a las ovejas nuevas.
Con el tiempo fui conociendo a otros rebaños: sus ideas, sus gustos, su forma de vida. Y sucedió algo que no me esperaba: me gustaron, me cayeron bien. Entonces, gracias a este mundo que ahora era el mío, empecé a hacerme preguntas que nunca me había hecho antes, comencé a dudar de la bondad y corrección de las ideas de mi rebaño y a sentirme cada vez más identificada con las ovejas a las que mi familia consideraba ‘negras’.
¿Podía complicarse más la situación? Sí, desde luego que sí. Un día, sin previo aviso, apareció un cordero en mi vida. Le conté mi situación pensando que lo más seguro era que se echase a correr. No lo hizo. Se quedó a mi lado sabiendo lo que ello conllevaba: sacrificio y mucha paciencia. Cuanto más tiempo pasaba, más cansados estábamos de los secretos, las mentiras y el miedo. Teníamos demasiadas cosas en la cabeza y sólo estábamos seguros de una: juntos seríamos muy felices.
Ahora mismo sé que mis estudios universitarios son mi pasaporte a la independencia, a la libertad y a una felicidad que, tristemente, no será nunca completa. Independientemente de que mi rebaño y yo tengamos una visión del mundo muy distinta, son mi familia y sé que me quieren. Sin embargo, su orgullo y su ‘honra’ harán que me pierdan.
Por Margarita Saldaña
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