El subcomandante Marcos llega escoltado por sus acólitos a un encuentro con organizaciones indígenas en una imagen de archivo del año 2005
«Es diciembre de 2013 hace frío como hace veinte años y, como entonces, hoy una bandera nos cobija: la de la rebeldía», sostiene el subcomandante Marcos en su último comunicado, en horas previas a la celebración del vigésimo aniversario del alzamiento zapatista que dejó atónitos a México y al mundo aquel 1 de enero de 1994. Los festejos serán sobrios (música, bailes y mítines), según anunció el subcomandante Moisés del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN): se realizarán en las cinco regiones «autónomas» conocidas como caracoles, y todos, «menos la prensa», están invitados.
El movimiento marxista-indigenista, que tan buen partido obtuvo del impacto mediático de su guerrilla y de su líder, convertido en un nuevo póster del Che, anda hoy a la greña con los medios. Los diarios insisten en resaltar que las condiciones de vida para las comunidades indígenas no han mejorado en estas dos décadas. Según cifras oficiales de 2012, el 72,4 % de los indígenas en México son pobres y el 30,6 % viven en la pobreza extrema: la proporción para la población no indígena es del 42,6 y el 7,6 por ciento, respectivamente. El 27 % de los indígenas mayores de 15 años son analfabetos.
En su interminable carta postrera Marcos se pregunta: «Si las condiciones de las comunidades indígenas zapatistas están igual que hace veinte años y nada se ha avanzado en su nivel de vida, ¿por qué el EZLN -como lo hizo en 1994 con la prensa de paga- se «abre» para que la gente de abajo vea y conozca directamente lo que hay acá? Ahora ustedes, los dueños y accionistas, directores y jefes, respondan: ¿qué han hecho ustedes en estos veinte años por los trabajadores de los medios, uno de los sectores más golpeados por el crimen prohijado y alentado por el régimen a quien tanto adoran? (...) ¿Pueden decir que su trabajo es más respetado por gobernantes y gobernados que hace veinte años?»
El 1 de enero de 1994 al presidente Salinas de Gortari se le atragantó la puesta en marcha del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte. No fue aquel hecho el que puso a México en el mapa, sino que el EZLN, formado en la clandestinidad diez años antes, proclamara la «Declaración de la Selva Lacandona», en la que planteaba demandas de «trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz» y declaraba la guerra al Gobierno y al Ejército.
Un grupo de guerrilleros surgidos de las selvas chiapanecas, desde la profundidad de las sombras y de la historia, ocupaba el zócalo de
San Cristóbal de las Casas, la ciudad de los «coletos» (blancos y mestizos), y otros municipios de la región. Ante los sorprendidos lugareños y algunos turistas, un individuo cubierto por un pasamontañas, ataviado de verde olivo y «chuj» indígena, cachimba en boca, Uzi en mano y radiotransmisor al cinto, declaraba su intención de derrocar al Gobierno de la capital. Había nacido el último mito revolucionario del siglo XX, mientras Chiapas se convertía en
La Meca del turismo mochilero, solidario y «progre».
Autogobierno indígena
Su llamada no obtuvo la respuesta esperada por parte de las viejas guerrillas, menguadas y dispersas por el país. Los militares actuaron con contundencia, incluidos bombardeos desde el aire, y, tras apenas cuatro días de combates en los que murieron más de un centenar de personas, se decretó una tregua y se abrió un proceso de diálogo que fue interrumpido en abril de 2006, una vez que el Congreso rechazó aprobar una ley de derechos y cultura indígenas que hiciera suyas las demandas zapatistas. En la práctica, los territorios dominados por el EZLN viven bajo sus propias reglas, los usos y costumbres indígenas: son los «caracoles» y las «juntas de buen gobierno», comunidades cuya autonomía es reconocida de facto, aunque no jurídicamente, por las autoridades.
Hoy, la mayor amenaza de Marcos es su irrefrenable verborrea, la pedestre lírica y el dudoso sentido del humor de sus plúmbeas peroratas, a las que ya no presta atención ni la prensa adicta. Y el EZLN no tiene mucho que festejar, pues el desinterés gubernamental sufrido durante los sexenios de Zedillo, Fox y Calderón lo mantiene muy lejos de poner en riesgo la seguridad del Estado.
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