Márquez celebra su primer título de campeón mundial de MotoGP
Perseguía las victorias alentado por el ímpetu de lo desconocido, de lo salvaje, de lo ideal. Destrozó un plan inicial que le recomendó su equipo por trazar su propia senda.
Una que nadie había recorrido a su edad y en la que se mantuvo firme hasta la meta, impertérrito ante el vértigo de la categoría, la grandeza de sus rivales, las expectativas de batalla feroz por un trono mundial que apuntaba a los más experimentados. Marc Márquez, desatado en su celebración del título de MotoGP, expulsó en los saltos y las carcajadas doce meses de búsquedas de lo imposible, de lo inaudito, de lo irreal. Ya es campeón del mundo, la más grande foto de su álbum particular, salpicado de grandes proezas e inadvertidos detalles: el mejor tiempo, el podio más rápido, el líder más joven, el ganador más audaz; el enfado más oculto, el hueco más estrecho,la mayor de las paciencias, la sonrisa más amplia.
En su estreno, todo era un juego para él, la moto, potentísima e indomable desde fuera, un nuevo juguete como aquel que le trajeron los Reyes Magos cuando apenas había aprendido a caminar. Desde ese vehículo con ruedines para mantener el equilibrio, el piloto de Cervera solo ha sabido mirar hacia arriba: hacia los mecánicos que le preparaban máquinas con peso extra para evitar las caídas y contrarrestar su cuerpo siempre más pequeño de lo normal, y hacia los rivales que le doblaban la altura y algunos, hasta la edad. Márquez, que todavía no ha encontrado su techo, se subía en su moto y salía a la pista como la niñez se monta en bicicleta y se precipita sobre una cuesta de verano, alegre, emocionado, libre, con el horizonte en blanco para escribirlo en colores de triunfos.
Podios, victorias, récords, miles de números son los que definen su hazaña en este 2013 de descubrimientos, premios y recompensas a las miles de vueltas en aquel circuito improvisado frente a su casa, con su padre Juliá como árbitro y sus ganas como armas para vencer al frío, al viento, al cansancio. Muchas de aquellas primeras vueltas viven en un Márquez que, con 20 años y 266 días ha cambiado su juventud por un título mundial, el más rápido, el más urgente, el que lo pone primero en la lista de los más precoces. Freddie Spencer pasa a un segundo plano con sus 21 años y 258 días en 1983; como Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa, incapacitados para seguir la senda que abre el novato.
«Marc es Marc»
En su foto más brillante sobre el podio no hubo espacio para los malos momentos, las quince caídas durante esta temporada porque las piedras en el camino también estaban por estrenar. Tampoco la bandera negra que le negó los puntos por un fallo de equipo en Australia. Todo el mundo comete errores, dijo, también él, que cosechó miradas de reojo de sus rivales conforme subía los escalones del podio. Le costó asimilar las críticas a su conducción, tildada de temeraria, lidiar con los desplantes, las malas caras, las acusaciones veladas.
Conservó la cordura en la cabeza, en el rostro, y en la moto, donde siempre encontró el sitio para hablar, para contestar y para señalar su sitio, donde dice sentirse feliz. Ayer lo fue más que nunca, y hoy seguirá la fiesta con su equipo, su familia, todos los que le han empujado hasta la privilegiada atalaya del número 1, de la que no se quiere bajar, pero desde la que seguirá siendo el mismo. «Marc es Marc», zanjaba su padre en la celebración, el que no saca la mano en la caja de las chucherías, salpica de risas el taller y la sala de prensa, y se bebe su colacao antes de dormir. Será Marc, pero con 20 años es el campeón del mundo más joven de la historia, una proeza descomunal que solo es el comienzo de un largo presente. Ha descubierto el camino y lo ha marcado con su nombre.
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