US ARMY CENTER FOR MILITARY HISTORY
El país que estos días dirime entre Obama o Romney vivió en Pensacola una batalla decisiva para su independencia.
Y, fíjense por donde, aquella lid de 1781 fue librada y ganada por la Infantería de Marina de la siempre olvidadiza España. Una vez más las casacas rojas de la Pérfida Albión se cruzaban en el rumbo de nuestra Historia. Esa vez, al inglés le tocó perder.
El de Pensacola, en tierras de la Florida occidental, fue un desembarco audaz y osado dada la dificultad de acceder a su bahía. Una empresa temeraria que, exitosa finalmente, alumbraría para siempre el arrojo (cojones, que se dice ahora) de uno de los personajes más influyentes y desconocidos de la Historia común de España y de EE.UU: Bernardo de Gálvez Gallardo Madrid, vizconde de Galvestón y conde de Gálvez. Tras aquel fuego de Pensacola su escudo de armas siempre luciría el lema de «Yo Solo», porque así fue cómo entró en el bastión inglés de la Florida: «El que tenga honor y valor que me siga».
«Para entender el desembarco de Pensacola, antes debemos remontarnos a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), ganada por el Reino Unido a una coalición de naciones entre las que se encontraba Francia y España», relata José María Moreno Martín, jefe de la sección de Cartografía del Museo Naval, que este mes exhibe como «pieza destacada» un mapa en ocho viñetas sobre la batalla de Pensacola.
Tras esa guerra, la España de Carlos III y la Francia de Luis XV, y después Luis XVI, aguardaban avizor una primera oportunidad para devolver el golpe a Inglaterra. Y esa vino con la sublevación de las Trece Colonias (1775) que para sufragar las guerras de la metrópli veían cómo sus cargas impositivas aumentaban sin cesar. La gota que colmó el vaso fue el nuevo impuesto del té, que originó un motín en Boston.
España ayudó con dinero a los rebeldes norteamericanos desde el inicio
Definitivamente se impusieron las tesis del Conde de Aranda y en 1779 España declaró la guerra a Gran Bretaña. Ya nada sería igual en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias: Inglaterra se vería obligada a dividir esfuerzos en el Canal de la Mancha (contra Francia), el Mediterráneo (contra España) y el Golfo de México, donde Inglaterra había arrebatado años antes a España algunas plazas marítimas como era el caso de Pensacola, también conocida como San Carlos de Panzacola. Conclusión: las fuerzas de la guerra por la Independencia de las Trece Colonias se niveló. Por un lado, Reino Unido (120 navíos y 100 fragatas) y, por el otro, Francia (60 navíos y 60 fragatas) y España (60 navíos y 30 fragatas).
Es aquí donde saldrá a relucir el ingenio del entonces gobernador de la Luisiana, el malagueño Bernardo de Gálvez (Macharaviaya, 1746 - Tacubaya, en Ciudad de México,1786) quien comenzó a forjar su leyenda militar como capitán en tierras de Nueva España, llevando a cabo una campaña contra los indios Apaches. Con 24 añitos y heridas a doquier, el futuro «Yo Solo», ameritaba ya el galón de comandante de armas de Nueva Vizcaya y Sonora (aproximadamente el actual estado de Nuevo México). El héroe militar español en tierras del ahora EE.UU. forjaba su leyenda, aunque antes regresaría a España para participar en la fallida expedición de Argel (1775), foco central de la piratería en el Mediterráneo.
En su vuelta a América en 1776 Bernardo de Gálvez es destinado a la plaza de Luisiana. Y es por eso que cuando España decide librar batalla a Inglaterra en el Golfo de México todas las venturas se dirigen hacia él. Fijó como objetivo recuperar Pensacola; antes caerían las posesiones británicas de Manchac y Baton Rouge -en la desembocadura del río Mississipi- o Mobila (1779). El círculo se estrechaba así en torno a la capital de la Florida. Sin embargo, su disposición geográfica y su estrecho con escasa profundidad impedía acometer la empresa.
«Se trataba de una operación bastante complicada, por no decir inverosímil», destaca el jefe de cartógrafos. Un 28 de febrero de 1781 partía desde La Habana la expedición española con 36 buques de guerra con José Calvo Irazábal como de jefe de la escuadra. En sus tripas los ansiosos infantes de Marina aguardaban el desembarco. Por tierras otras tropas españolas y después francesas esperaban el desembarco para envolver la plaza de Pensacola.
En este momento nos dirigimos de nuevo al Museo Naval de Madrid. En el mapa de 8 viñetas que se exhibirá durante dos meses más como «la pieza detallada» (encargado a raíz del informe de la toma de Pensacola «con la clara intención de narrar la historia de una batalla») observamos en su parte central a los navíos españoles frente al escenario de la batalla. La ciudad de Pensacola en su bahía y la isla de Santa Rosa en la bocana de acceso, formando un estrecho con la posición fortificada de Barrancas Coloradas, desde donde provenía el principal riesgo de la empresa.
Para Gálvez, en cambio, no había opción. El marino subió a bordo de un bergantín llamado «Gálveztown» (un barco con menor calado que el «San Genaro») y se dispuso a llevar a cabo una de las mayores heroicidades de la Historia española: entrar sólo en la bahía pasando a través del fuego enemigo. Sus últimas palabras quedarían grabadas en la historia: «Una bala de a treinta y dos recogida en el campamento, que conduzco y presento, es de las que reparte el Fuerte de la entrada. El que tenga honor y valor que me siga. Yo voy por delante con el Galvez-town para quitarle el miedo».
Tras el ataque inicial, y como estaba planeado, una fuerza terrestre española tomó posiciones para ayudar a asediar Pensacola. Pero esos no serían los únicos refuerzos que recibiría Gálvez. «Ese mes llegó una nueva escuadra de navíos, en un principio se pensaban que era enemiga y que venía a ayudar a los sitiados en Pensacola, pero descubrieron que eran españoles comandados por José Solano y Bote que acudían a socorrer a Gálvez», destaca Moreno. Con esta flota eran ya casi 8.000 los hombres preparados para iniciar el asedio en contra de los 3.000 ingleses.
La toma de la isla de Santa Rosa
El trabajo se auguraba duro, ya que, para llegar hasta su objetivo, la escuadra tenía que pasar a través de un estrecho flanqueado por dos baterías de cañones. Una sentencia de muerte sin duda. Por ello, Bernardo de Gálvez se decidió a tomar el fuerte de la isla de Santa Rosa para así evitar ser aniquilados por un fuego cruzado.
Con valentía, las tropas del malagueño desembarcan en el terreno dispuestas a derramar sangre inglesa pero, para su sorpresa, la fortaleza estaba desmantelada. «Consiguieron tomar la isla sin ninguna baja y sin ningún disparo», sentencia Moreno Martín. La moral aumentó pues, para entrar hacia la bahía de Pensacola, ya sólo tenían que pasar a través de la batería de las Barrancas Coloradas.
«Yo solo»
«Una vez conseguido esto, lo que pretendía Bernardo de Gálvez es pasar con toda la escuadra, eso sí, lo más cerca posible de la isla (ya española) para evitar el fuego de las Barrancas Coloradas», afirma el jefe de la sección de Cartografía. La empresa comenzaba a tomar forma, pero, al aventurarse por el estrecho, el fondo del casco del navío en el que viajaban el malagueño y Calvo (el San Genaro), tocó en el suelo: tenía demasiado calado para pasar. Por ello, fue necesario salir a aguas más profundas para no quedar encallados.
En ese momento comenzaron las discrepancias pues, mientras Gálvez quería entrar en la bahía y tomar Pensacola, José Calvo (al mando de la escuadra), se negaba en rotundo a atravesar el estrecho. Y es que argumentaban, no sin razón, que no se conocía bien el terreno y que una peligrosa tormenta tropical se aproximaba hacia el lugar. Además, la batería situada en el fuerte de las Barrancas Coloradas seguía activa y, en el caso de que un navío quedara encallado, toda la escuadra podría sufrir su fuego y ser seriamente dañada.
Gálvez entró en la bahía al grito de «El que tenga honor y valor que me siga»
No había vuelta atrás, Gálvez enarboló la bandera de Comandante y entró en el puerto junto dos pequeñas cañoneras y un buque de transporte. En contra de lo que se puede pensar, no sufrió serios daños por parte de las baterías enemigas y, además, atrajo el fuego sobre sus barcos. «De aquí es donde viene la leyenda que se puede leer en su escudo de armas: ‘Yo Solo’, porque pasó sin que le siguiera en principio ningún comandante», explica Moreno. «Después pasó toda la escuadra, ya que había buques que hacían frente al fuego de las Barrancas Coloradas y podían atravesar la zona con seguridad» determina el experto.
La marcha de Calvo y la llegada de refuerzos
Tras la entrada en la bahía de Gálvez, el resto de buques se decidieron a seguirle. ¿Todos? No. Hubo uno que se retiró, y es, según fuentes históricas, el navío en el que se encontraba José Calvo. Al parecer, el oficial decidió volver a La Habana tras ver el éxito del malagueño. Definitivamente, su misión había acabado, como más tarde le haría saber Gálvez mediante una misiva.
Antes de llegar a su destino, sin embargo, se detuvo en Matanzas (Cuba) donde preparó minuciosamente su defensa ante las posibles acusaciones que sufriera al llegar a territorio español. ¿Se apoderó la vergüenza de él?, probablemente, pero nunca se supo a ciencia cierta. Lo que es cierto es que, al partir, dejó a la flota española sin su navío, un gran activo en la contienda.
Una nueva escuadra llegó para reforzar a los españoles
Además, a los asaltantes también se les unieron cuatro fragatas francesas con casi 800 soldados. Y es que, Francia quería aportar también en esta batalla su pequeño granito de arena (o de pólvora), para favorecer la expulsión de Florida de los ingleses y, por lo tanto, luchar a favor de la independencia de los colonos.
La caída de Pensacola
Tras la entrada en la bahía, todo dependía ahora de las fuerzas terrestres, comandadas por José de Ezpeleta. Este, tenía órdenes de tomar los tres fuertes que defendían Pensacola: el de la «Media Luna», el del «Sombrero» y el del «Rey Jorge». «El siguiente episodio se produjo cuando las fuerzas españolas consiguieron tomar la fortaleza de la Media Luna, donde murieron 52 británicos», explica el jefe de Cartografía.
«A partir de ahí consiguieron pasar a la del Sombrero, luego a la del Rey Jorge y asaltar por detrás la ciudad», finaliza Moreno. La misión tocó a su fin, pues en menos de diez días Pensacola se rindió a los españoles. Las Barrancas Coloradas fueron las siguientes en abandonar la defensa, y es que, tras la caída de la ciudad, poco tenían que hacer ante el arrojo de Gálvez.
Una tormenta imperfecta
Una vez finalizada la contienda un nuevo enemigo se asomó entre las nubes: un huracán que causó grandes problemas a los españoles entre el 5 y el 6 de mayo de 1781, como bien puede apreciarse en una de las últimas viñetas del mapa. «Se puede ver como el autor dibuja una mar rizada y los barcos inclinados con sensación de movimiento», sentencia el experto. Sin embargo, no hubo que lamentar grandes daños, ya que los buques se retiraron de la costa y acudieron a proteger la entrada de la bahía frente a posibles refuerzos ingleses.
A pesar de las pocas bajas que sufrieron los dos bandos durante esta contienda (74 españolas por 145 inglesas), sin duda la de Pensacola fue una de las batallas que favoreció la independencia de los EE.UU. Y es que, gracias a la toma de la ciudad, se abrió otro frente para los ingleses, que se vieron obligados a destinar soldados a las inmediaciones de la zona descuidando en cierta manera la lucha contra los colonos.
La hazaña le valdría a José Solano y Bote el título de «Marqués del Socorro» por la ayuda prestada. A su vez, Gálvez recibiría gracias a la toma de Pensacola el nombramiento de mariscal de campo, además de un título que no le abandonaría jamás… «Yo solo».
En la España descafeinada de hoy, apenas nadie recuerda aquellos avatares acaecidos en la Florida a fines del siglo XVIII. Si preguntáramos en un instituto, Universidad o redacción de periódico (sí, también) qué es Pensacola nos sorprenderíamos con la respuesta. Eso será en España, porque en EE.UU. aún tienen claro que sin el arrojo de Bernardo de Gálvez quizás todo habría sido diferente.
PD- No se pierdan las conferencias sobre el Mapa de la Batalla de Pensacola los próximos 25 de noviembre y 30 de diciembre en el Museo Naval de la Armada, en Madrid.
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