Mi relación con Animal Crossing comenzó allá en los tiempos de GameCube y no precisamente como un idilio amoroso. Prometo que le di oportunidades a pares
¿Coleccionar fósiles, peces e insectos?, ¿decorar la casa?, ¿hablar con los NPCs vecinos?, ¿recoger nabos? Al principio tenía su gracia eso de vivir la vida según le apeteciera a uno, pero las posibilidades me parecían muy limitadas y actividades como plantar árboles y recoger fruta no tardaron en perder interés.
Con cada nueva entrega, Nintendo mantenía la esencia de Animal Crossing pero añadiendo siempre algún pequeño detalle que ampliaba y mejoraba la experiencia. Sin embargo, no ha sido hasta la última entrega, Animal Crossing: New Leaf para Nintendo 3DS, cuando he descubierto la magia oculta tras esta peculiar franquicia.
A diferencia de lo que me sucedía en GameCube, aquí nunca he tenido la sensación de que las acciones fueran escasas. De hecho, si no tenemos mucho tiempo para jugar, es fácil estresarse con la cantidad de tareas que debemos y queremos hacer cada vez que nos conectamos. Como alcaldes de nuestro propio pueblo tenemos muchas tareas que cumplir y como ciudadanos, aún más.
Podemos poner en marcha proyectos municipales que mejoren la aldea (construir puentes, bancos, farolas…), realizar ordenanzas (para que el pueblo genere más dinero, para que las tiendas cierren más tarde…),
Merecen una mención especial los diálogos y comentarios (todos los textos están en castellano), que a menudo oscilan entre lo cómico y lo surrealista, desde los pareados que recita el personaje cuando logramos una pesca exitosa a las cancioncillas del barquero que nos lleva a la isla Tortimer.
Aquí no hay enemigos, no hay niveles de dificultad, no hay más misiones que las que cada uno quiera asumir y no hay final alguno. Animal Crossing: New Leaf es una experiencia para jugadores sin complejos a los que les apetezca probar algo diferente y, a poder ser, con amigos.
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