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domingo, 3 de marzo de 2013

El trono malagueño por un granadino

El artista Luis de Vicente Mercado fue el iniciador de los grandes tronos barrocos de la ciudad
Trono de la Virgen de la Consolación y Lágrimas en 1929.
Hubo un artista que contribuyó sobremanera al engrandecimiento estético de las andas procesionales malagueñas, el granadino Luis de Vicente Mercado. Hasta su irrupción en nuestras cofradías, las andas, tronos o pasos (terminología utilizada indistintamente desde el siglo XVIII) eran simples:


 estructuras rectangulares, de mediano tamaño y con escasa ornamentación. Destacaba en esa época, principios de los años veinte, el amortizado y llamado «trono de las estrellas», realizado en los Talleres Casasola en 1900 para María Santísima de la Esperanza.
Precisamente su primera obra para Málaga fue un trono para Ella, en el año 1922, tras ganar el concurso convocado a nivel nacional. Llamaba poderosamente la atención por sus formas y su riqueza ornamental. Podemos afirmar que fue el primer trono de estética puramente barroca, tan característico en Málaga. Sustituía al trono de la Casa Ureña, costando 32.000 pesetas. En la revista Málaga Católica se decía: «Es de una preciosidad y justeza irreprochable en su estilo barroco, no siendo de extrañar que cuantas personas en Granada primero y después en la iglesia de Santo Domingo han visto tan hermosa obra, hayan alabado como se merece al autor...». Era su primer gran encargo y, probablemente, en el que ejecutó su obra maestra.
Afortunadamente no sería la única obra que saldría de su taller, situado en el número 34 de la Cuesta de Gomérez, a los pies de la Alhambra. Dada la satisfacción de la archicofradía presidida por Manuel Nogueira, en 1924 realizaría el trono del Nazareno del Paso. Un trono monumental, una auténtica obra de arte como era calificado en los medios artísticos y cofrades de Málaga y Granada; o, como resumió el profesor Clavijo, «en definitiva, un auténtico golpe barroco de tradicional impacto procesional en la Semana Santa malagueña».
Considerando la sana, o no tanto, rivalidad entre cofradías, no se podía quedar atrás la de don Antonio Baena. Así, le fue encargado el trono para el Santísimo Cristo de la Sangre, que culminaría el cambio al espectacular conjunto de la Lanzada, iniciado en 1922.
En 1926 ejecutaría el trono de María Santísima del Amor, que aún teniendo la impronta del artista granadino no impactaba tanto como los señalados anteriormente, aunque suponía un aumento de las medidas respecto del anterior realizado en los talleres de Antonio Prini. La Hermandad de Zamarrilla, en continua e incansable progresión, estrenaría en 1927 el trono de María Santísima de la Amargura, coincidiendo con un nuevo y bello palio. Al año siguiente, de nuevo la cofradía de El Rico le encargaba la realización de un trono, esta vez para el Señor; sería calificado en La Saeta de aquel año como un trono suntuoso que constituía una joya artística, destacando sus arbotantes.
Luis de Vicente falleció a principios del año 1929, en pleno apogeo de su arte. Dejaría inacabada, a falta de unos detalles terminados por su hijo, su última obra para Málaga: el espectacular trono en el que procesionó por primera vez Consolación y Lágrimas; quizá el primer «joyero» de la Semana Santa de Málaga. No pudo ejecutar el proyecto, encargado por la Agrupación de Cofradías para poner el broche de oro a cada Semana Santa, de un trono y un grupo para el Resucitado.
Todas sus obras fueron destruidas en 1931, salvo los tronos de El Rico que lo fueron en 1936. No sucedió así con las realizadas para la Semana Santa de Cartagena, conservándose hoy día algunas de ellas, con las lógicas reformas.
Sin embargo, Luis de Vicente dejaría un heredero de su arte para nuestra ciudad, un joven malagueño que trabajó como aprendiz en la talla del monumental trono de la Esperanza. Ese joven era Pedro Pérez Hidalgo, autor de los grandes retablos callejeros que caracterizaron, durante muchos años, los tronos de nuestra Semana Santa. Pérez Hidalgo no sería el único. La obra del artista granadino fue de tal calidad que influyó en los artistas de la posguerra como Adrián Risueño y Andrés Cabello Requena, dejando evidencia de ello, bajo petición expresa de la Junta Directiva de la Archicofradía de la Esperanza, en el actual trono de la Señora al pedirse que «estuviera inspirado en el que poseía la Hermandad en la década de los años veinte y que fue destruido en el mes de mayo de 1931».
Aunque parezca que no nos queda nada de su genial obra, algo de él, de su obra maestra, hay en ese retablo que porta a la Esperanza cada Jueves Santo.

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