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jueves, 2 de octubre de 2014

Ken Follett: «El nacionalismo es un callejón sin salida»

El galés presenta en España «El umbral de la eternidad», novela que cierra la trilogía «The Century», inmenso friso del siglo XX
Ken Follett: «El nacionalismo es un callejón sin salida»
ISABEL PERMUY
Ken Follett, fotografiado en un hotel de Madrid poco después de la entrevista
Ken Follett (Cardiff, 1949) es una estrella. Literaria, eso sí. El editorial es el sector cultural menos dado a producir este tipo de personajes, pero el galés es el ejemplo perfecto de que existe el «star system» libresco. A su paso por Madrid para presentar «El umbral de la eternidad» (Plaza & Janés), el galés ha logrado llenar un insigne teatro (el de La Latina, fundado en 1919, año de comienzo de la trilogía «The Century») y ha compartido hotel con Alec Baldwin (Nueva York, 1958), secundario de lujo en el último «Torrente» de Santiago Segura. Hoy pasará por Barcelona, donde le esperan cientos de fans, y el jueves dejará nuestro país a bordo de un avión privado.
Ken Follett: «El nacionalismo es un callejón sin salida»
 
Afortunadamente, nada de eso eclipsa la importancia de su obra para la industria: 150 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Una cifra que aumentará gracias a esta última novela, cierre del inmenso friso del siglo XX que el autor ha trazado en «The Century». De 1961 a 1989, con la caída del muro de Berlín, los nietos de las cinco familias que conocimos en «La caída de los gigantes» asisten (y llegan a protagonizar) los acontecimientos más importantes de la historia reciente.
- Ahora que da por finalizada esta extensa trilogía, ¿qué siente: alivio, tristeza, orgullo?
- Triunfante, me siento triunfante.

- ¿Por qué?
- Porque cuando empecé no estaba seguro de que pudiera hacerlo. No sabía si podía contar la historia de todo un siglo en tres novelas. Incluso me preparé para tener que renunciar y decirle a todo el mundo: «Lo siento, pero no ha salido»... Pero no tuve que hacerlo.
- Echando la vista atrás, cuando comenzó hace siete años, ¿por qué decidió embarcarse en un proyecto de esta envergadura?
- Pensé: ¿cuál es el periodo más interesante e intrigante de toda la historia del ser humano? Y decidí que era el siglo XX. Vivimos la Primera Guerra Mundial, la más terrible que nunca se haya conocido; la Segunda Guerra Mundial, que todavía fue peor; y luego la Guerra Fría, que si se hubiera convertido en una guerra al uso nos hubiera destruido. Creo que el siglo XX es el periodo más dramático de la historia. Y luego, es también nuestra historia: yo nací en 1949, tú naciste en el siglo XX y la mayor parte de mis lectores nacieron en el siglo XX. Así que se trata de la historia de lo que nosotros hicimos, y de lo que hicieron nuestros padres y nuestros abuelos.
- Ahora que tiene una visión muy completa y documentada del siglo XX, ¿cómo lo definiría?
- A mí me parece que hoy el ser humano está mejor que hace cien años. Hemos avanzado y hecho progresos increíbles. Somos más iguales, más libres y prósperos. Y, pese a todo lo ocurrido, no nos matamos tanto o no con tanta frecuencia. Si pensamos en los últimos 50 años, aunque sí ha habido guerras, desde la Segunda Guerra Mundial no hemos tenido una guerra en la que hayan muerto millones de personas. Aunque haya una terrible violencia, bombardeos, batallas, la cosa no está tan mal como antes.
- El problema es que quizá en los últimos años hayamos padecido los efectos de una guerra distinta, una guerra económica.
- Deme un ejemplo.
- Bueno, la crisis ha dejado por el camino a una parte de la clase media.
- Sí, pero ¿por qué cree que eso es una guerra?
- Porque aunque no haya víctimas físicas, humanas, sí las hay sociales. Ha cambiado el modo de vida de muchos países.
- Vamos a pensarlo de este modo: la última vez que se hundieron bancos y hubo una recesión mundial, eso llevó al ascenso del nazismo y de los fascistas en Italia, en España y en Inglaterra. Esto desembocó en la Segunda Guerra Mundial, donde hubo millones de muertes. En esta ocasión, aunque mucha gente lo haya pasado muy mal, el problema no ha llevado a una guerra, y aunque sí vemos que hay un resurgir de los partidos de extrema derecha en Inglaterra, Francia y otros países como Suecia, no tenemos a los nazis y los partidos de derecha no han llegado al poder. Aunque hayan ocurrido cosas de ese tipo, incluso eso es mejor.
- Bueno, puede que tenga razón.
- ¡Ja, ja, ja, ja!
- Me provoca particular curiosidad el título del final de la trilogía, «El umbral de la eternidad». ¿Por qué lo eligió?
- Porque durante la Guerra Fría sabíamos que en cualquier momento podría producirse una guerra nuclear y eso hubiera matado a todo el mundo. En ese sentido, estábamos al borde del abismo, al borde de la eternidad.
- El libro abarca desde 1960 a 1980, pasando por la Alemania dividida, el comunismo, los Kennedy, la crisis de los misiles… ¿Cómo escogió los acontecimientos?
- Elegí los acontecimientos más dramáticos, como la crisis de los misiles de Cuba, la caída del muro de Berlín… También tenía que pensar en cómo hacer que los personajes de la novela actuaran y participaran en todos esos acontecimientos. Hubo acontecimientos que no pude incluir porque no sabía muy bien cómo podían participar mis personajes. Por ejemplo, la lucha de Sudáfrica contra el apartheid... Me hubiera encantado incluirlo.
- La novela deja muy claro por qué fracasó el comunismo. Me pregunto si es una opinión del Follett autor o va más allá.
- Bueno, ambos. Me hubiera gustado encontrar algún elemento dramático en el presidente Reagan, que hubiera tomado una decisión que hubiera cambiado el curso de la historia y hubiera producido la caída del comunismo. Desde un punto de vista literario, eso hubiera sido mucho mejor, porque es más dramático. Pero llegué a la conclusión de que Ronald Reagan no tuvo nada que ver con la caída del comunismo. Claro, como soy de izquierdas todo el mundo espera que tenga una mala opinión de Reagan… Pero si hubiera hecho algo, lo hubiera utilizado.
- En el libro se muestra especialmente crítico con la política racial de los Kennedy.
- No creo que haya sido excesivamente crítico con los Kennedy. Creo que he mostrado aspectos negativos y positivos, y una evolución. Al principio, no les interesaban los derechos civiles, era un problema político difícil y el presidente Kennedy creía que era el líder del mundo libre, ese era su gran tema. Y luego, la campaña por los derechos civiles fue tan eficaz, tuvo un efecto político tan bueno que los hermanos Kennedy se vieron obligados a pensar y reflexionar. Durante ese proceso llegaron a comprender la esencia de lo que decían los afroamericanos. Experimentaron una evolución y, al final de ese trayecto no sólo habían aceptado una situación política diferente, sino que también había cambiado su corazón. Entiendo por qué dices que soy crítico, porque al principio no mostraba mucha simpatía, pero aprendieron, evolucionaron, y todos tenemos que seguir ese proceso.
- Acabamos de hablar de los Kennedy, pero antes ha mencionado a Reagan o Gorbachov. ¿Con qué políticos se queda, con los de entonces o los de ahora?
- Supongo que el presidente que más me ha gustado es Clinton, porque tenía parte del idealismo de Kennedy y de Obama, pero también tenía pragmatismo político. A los Kennedy les costó mucho que el Congreso aprobara su legislación, igual que a Obama; y la gente que estaba en contra de los Kennedy era racista y conservadora, como los que se oponen a Obama. Los hermanos Kennedy no tenían esa habilidad pragmática, igual que tampoco la tiene Obama. Clinton estaba mejor dotado en ese sentido, porque hablaba con gente todo el tiempo, hacía amigos. Para mí, es la mejor combinación.
- El libro termina, excluyendo el epílogo, con la caída del muro de Berlín. ¿Qué muros simbólicos quedan por derribar en la Europa actual?
- No sé, siempre es fácil ver este tipo de cosas mirando atrás, con retrospectiva. Me preocupa mucho el ascenso, no sólo de los partidos de derechas, sino de políticos que te dicen que tienes que odiar a otros: la culpa la tienen los inmigrantes, los extranjeros, a veces los polacos, a veces los magrebíes, en Inglaterra eran los antillanos… Siempre ocurre lo mismo. Pero es muy fácil despertar el odio en el otro, y supongo que eso es lo que más me molesta y preocupa.
- Usted es galés: ¿cómo ha vivido el referéndum en Escocia?
- Cuando pienso en Gales, la idea de que Gales se convierta en un país independiente me parece terrible, sería una catástrofe. Cuando tenía diez años, nos mudamos de Gales a Londres porque a mi padre le ascendieron. Durante cientos de años, los galeses han hecho eso: trasladarse a Londres porque podían tener una vida mejor. Si Gales fuera independiente no podríamos hacer eso, porque necesitaríamos un visado, un permiso de trabajo… Económicamente perderíamos mucho. ¿Y qué ganaríamos? Ya tenemos nuestro idioma, nuestra historia, nuestras canciones, nuestras tradiciones… Ya tenemos todo eso. Desde luego, yo no veo que fuéramos a ganar nada siendo independientes, pero tampoco tengo derecho a decir qué es lo que tienen que hacer los escoceses. Es su país, su tierra y son ellos quienes tienen que decidir. Y lo mismo digo con relación a Cataluña. Evidentemente, les es indiferente lo que piense Ken Follett, pero desde mi punto de vista, el nacionalismo es un callejón sin salida.
- En su siguiente libro, que de hecho está escribiendo ahora, regresa a Kingsbridge para contar la historia de la reina Elizabeth.
- Mucha gente quería matar a la reina Elizabeth, de modo que creó el primer servicio secreto inglés, que tenía espías por todas partes, sobre todo aquí en Madrid, porque Felipe II era un acérrimos católico. Ese servicio secreto fue muy eficaz: conseguía informes codificados de todas las capitales europeas y atraparon a muchos de esos instigadores… Y la reina murió de vieja. La historia trata de eso, los espías y agentes secretos del siglo XVI.
- Después de haber escrito más de 30 libros, ¿le sigue sorprendiendo la escritura?
- Sí, sin duda, es lo más interesante de mi vida.
- Aunque no pueda leer por las tardes, como García Márquez.
- Sí, eso es cierto, no puedo leer por las tardes. Pero no pasa nada, puedo leer por la noche.
- ¿Agradece a sus padres que, siendo niño, no le dejaran ver la televisión?
- Pues no especialmente, De todas formas, a mí los libros me gustaban y aquello me enfadaba mucho. Tenía ocho años y me daba tanta rabia no poder ir al cine ni ver la televisión... A largo plazo no me perjudicó, pero está claro que cuando tuve mis hijos les dejé ver la televisión y mis nietos tienen todo tipo de aparatos electrónicos. Pero mis hijos utilizaban el mismo argumento con sus hijos, y es algo que se ve en todas las familias occidentales: no puedes ver la televisión más de dos horas, tienes que hacer los deberes, sal a jugar al jardín en vez de estar en tu habitación… (sonoras carcajadas).
- ¿A qué autores debe Ken Follett el haberse convertido en el escritor que es hoy en día?
- Cuando tenía doce años leí una historia de James Bond, de Ian Fleming. Aunque no escribo como él y no tengo un personaje como James Bond, cuando empecé a escribir novelas me acordé de la emoción que sentía cuando leía las historias de James Bond. Lo más maravilloso que me había ocurrido era leer esas historias y quería que mis lectores sintieran eso, tuvieran esa emoción. Ese es el listón que me marqué: no quería únicamente escribir un libro que estuviera bien, sino que quería que el lector se sintiera como cuando yo leía otro libro de James Bond, que dijeran: «¡Bien, otro libro de Ken Follett!»
- Bueno, parece que lo ha conseguido.
- Gracias.

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