El cónclave
JOSÉ SÁNCHEZ LUQUE
CONSILIARIO DE BASE DE LA HOAC DE MÁLAGA
En el comienzo del tercer milenio de su historia, la Iglesia se encuentra en el umbral de una época que le produce incertidumbre y temor. El Vaticano II afirmaba: “La humanidad se halla hoy
en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados que progresivamente se extienden al mundo entero”. Muchas de las estructuras de la Iglesia están ancladas en el pasado. Es lógico que le cueste adaptarse a la modernidad. La globalización, el subjetivismo y el individualismo, el pluralismo democrático, el ciberespacio, el descrédito de las ideologías y de las utopías, la fascinación de lo útil, etc., hacen que la Iglesia aparezca a los de fuera y a los de dentro como una sociedad cerrada, anticuada e inadaptada, instalada en sus dogmas absolutos y en sus prácticas, crispada por el mantenimiento de sus poderes. Las palabras cristianas - la forma de celebrar la fe, las catequesis, los rituales, las plegarias, su lenguaje- se muestran a menudo petrificadas en la lógica surgida del modelo del cristianismo imperial que aún hoy perdura: un Dios trascendente que por su ley sostiene la figura del poder papal y su espacio de dominación casi absoluto sobre la cristiandad. La Iglesia aparece hoy ante el mundo como la última monarquía absoluta.
en un periodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados que progresivamente se extienden al mundo entero”. Muchas de las estructuras de la Iglesia están ancladas en el pasado. Es lógico que le cueste adaptarse a la modernidad. La globalización, el subjetivismo y el individualismo, el pluralismo democrático, el ciberespacio, el descrédito de las ideologías y de las utopías, la fascinación de lo útil, etc., hacen que la Iglesia aparezca a los de fuera y a los de dentro como una sociedad cerrada, anticuada e inadaptada, instalada en sus dogmas absolutos y en sus prácticas, crispada por el mantenimiento de sus poderes. Las palabras cristianas - la forma de celebrar la fe, las catequesis, los rituales, las plegarias, su lenguaje- se muestran a menudo petrificadas en la lógica surgida del modelo del cristianismo imperial que aún hoy perdura: un Dios trascendente que por su ley sostiene la figura del poder papal y su espacio de dominación casi absoluto sobre la cristiandad. La Iglesia aparece hoy ante el mundo como la última monarquía absoluta.
La Iglesia jerárquica es todo lo contrario de la institución fraternal, dechado de democracia, dialogante, abierta a lo nuevo, evangélica e igualitaria, portadora de la alegre noticia de Jesús, capaz de aportar luz, libertad, felicidad, sentido y esperanza a nuestros contemporáneos. Ojalá el papa surgido del cónclave que hoy comienza traiga aires nuevos a la Iglesia, y sea capaz de tomar las grandes decisiones que renueven a esta envejecida institución.
Al parecer de muchos creyentes, el nuevo papa debería rodearse de un equipo de expertos de los cinco continentes que le ayudaran a emprender nuevos cambios y reformas en la Iglesia, cuya estructura ya no constituye una ayuda para la evangelización, sino a menudo un obstáculo. Está tan burocratizada, que se ha convertido en un fin en sí misma, mantiene estructuras obsoletas (como la del papado y su modo de elección, la ausencia de democracia interna, la marginación de la mujer, etc.) que llevan al pueblo cristiano a la pasividad, e incluso a la increencia, pues defiende un sistema de poder clerical que hoy resulta contraproducente. La misma palabra jerarquía, esto es, poder sagrado, es lo más contrario al sentir del evangelio de Jesús.
Y lo más grave es que para muchos de los dirigentes eclesiales aún no ha terminado definitivamente la llamada sociedad de cristiandad. Estos dirigentes continúan funcionando como si nada hubiera cambiado y como si la Iglesia tuviera el mismo poder social de siempre. Incluso hay movimientos neoconservadores que están convencidos de que se puede poner en pie una nueva cristiandad. Pura ilusión.
Es fundamental que el nuevo papa responda a los retos que la Iglesia tiene planteados. Pero lo más importante sería el que reflexionáramos todos no tanto sobre el papa sino sobre le papado tal como está organizado, tal como funciona. Es incoherente, antievangélico y contrario al pensamiento de Jesús, el que una institución a la que pertenecen más de mil doscientos millones de personas esté gobernada por un solo hombre sin más límites que los que le impone su propia conciencia y creencias. Según el vigente Código de Derechos Canónico el Sumo Pontífice tiene en la Iglesia todo el poder legislativo, ejecutivo y judicial. Quita y pone a cardenales, obispos y demás cargos importantes de toda índole, sin que nadie le pida responsabilidad. Y esto se mantiene sea quien sea el papa reinante, la edad que tenga, su mentalidad, sus preferencias y hasta sus manías o carismas.
Se dice que el Espíritu Santo es el que gobierna sabiamente a la Iglesia. Este dogma no se puede demostrar ni teológicamente ni históricamente. Además, si fuera verdad la Iglesia funcionaría de una forma muy distinta a la actual. ¿Hacemos cómplice al Espíritu de los escándalos que estos días están saliendo en la prensa mundial? El mejor conocedor de estos temas, el cardenal Yves Congar dejó escrito en su diario personal que todo lo referente al papado monárquico, tal como se ha sostenido en la Iglesia, es una manipulación organizada por los intereses de Roma. Según el Nuevo Testamento la Iglesia no debería estar organizada así. Hoy los mejores especialistas en la Biblia nos dicen que las palabras del célebre texto de Mateo 16 (Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia) no salieron de la boca de Jesús. Es un texto redaccional muy posterior al texto original, añadido al evangelio por su último redactor. Por ese motivo no aparecen ni en el evangelio de Marcos (el más cercano a Jesús) ni en el de Lucas. La vieja barca de Pedro necesita hoy un nuevo patrón capaz de enfrentar con nuevas ideas y energías –juventud física, pero sobre todo mental- las urgentes demandas de un mundo hondamente convulso y de una Iglesia demasiado anquilosada, una Iglesia que me hace sufrir al verla expuesta a la dura crítica de la plaza pública, tantas veces con razón
COMUNIDADES CRISTIANAS POPULARES DE ANDALUCÍA
Grupo Caminantes. Málaga
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