«Cuando de repente Brad Pitt la puso en boca de su personaje, fue sorprendente. Me quedé callado porque encajaba perfectamente con toda la idea de la película», explica David Ayer, director de «Corazones de acero», ambientada en las últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial.
Hay algo indefinible en la forma en la que hablan sus protagonistas que alerta de que la historia tiene vocación de trascender el propio género bélico. «No es solo una película de guerra», explica Shia LaBeouf, quien interpreta a uno de los cinco soldados norteamericanos del tanque Sherman. «Plantea cuestiones sobre la masculinidad, sobre chicos convirtiéndose en hombres, sobre la familia, sobre las ideas de la violencia, incluso de la intimidad», dice. Ayer concuerda: «Me interesaba cómo los hombres se relacionan en una situación de estrés. Trata sobre ese proceso de alguien que está en la guerra, una persona normal, y en dos semanas ya es un asesino. Ese cambio quería condensarlo en un día. Es sobre un buen chico que se une a una muy mala familia», explica.
Ese chico es Logan Lerman, y el pater familias un Brad Pitt que se parapeta en el humor para referir uno de los aspectos más relevantes del filme: «Ellos eran mi responsabilidad, yo era su figura paterna y su comandante. Y lo más interesante es que si pones a cinco hombres dentro de un tanque lo peor no es que huela como el infierno», bromea. Lo peor -y también lo mejor- para Pitt y para el resto fue el proceso para llegar hasta allí. David Ayer les sometió a una preparación militar que ninguno se resiste a detallar. «El campo de entrenamiento fue una locura», afirma Pitt. «Sé que suena como un juego en el que pones a actores a hacer como que están en un campo, pero es que nosotros realmente estábamos allí. Fueron meses de entrenamiento, nos hundió». El actor explica que «el objetivo era hacernos caer, destrozarnos emocionalmente. Es impresionante cómo ese tipo de vida destruye tu espíritu, y cómo al darles a esos hombres un objetivo acaban trabajando como un equipo, como una sola mano». Pero antes había que recrear la pesadilla. La del barro, la sangre y la guerra sin aditamentos. La violencia era un imperativo: «No hay guión cuando luchas, cuando te lías a puñetazos. Y eso es lo que quería obligándoles a luchar entre sí: que construyeran una confianza, que se conocieran de verdad. Porque no hay mejor forma de conocer a alguien que cuando le golpeas», asegura Ayer.
Romper barreras
Tras la narración de los pormenores de estas peleas -«nadie se atrevía a pegar a Brad», revela Michael Peña-, los actores se confiesan convencidos por la misma certeza: «La lucha rompe las barreras físicas más que cualquier otra cosa. Si estás cómodo golpeando a alguien, en realidad estás cómodo haciendo cualquier cosa. Y eso que Jon casi me destroza la oreja», recuerda Logan Lerman, señalando a Jon Bernthal, sobre quien pesa una curiosa contradicción. Él encarna al soldado más embrutecido, más visceral, pero es quien más acusa el impacto emocional: «Esa violencia fue lo que aceleró la intimidad de nuestro grupo, el aprender tanto el uno del otro. Es una película física, teníamos que estar cómodos con todo eso. Creo que es un gran ejercicio de actuación, golpear a la gente en la cara», afirma. El ambiente fantasmagórico que impregna el metraje es una evidente declaración de intenciones. «Trata de ser una pesadilla, porque eso es la guerra. Muchas películas americanas tratan de celebrarla, de hacerla parecer algo muy heroico, pero si hablas con un veterano condecorado te dirá que lo siente como un fraude porque su amigo murió o porque no salvó a más gente. Me interesa mucho más la naturaleza humana que el mito de la guerra», dice el cineasta. Y pareciera que al quinteto de actores también: «La gente no va a la guerra por ideas políticas o filosofías personales. Van y luchan por el tipo que está a su lado. Creo que hay algo muy universal sobre eso y creo que eso es lo que hace esta película distinta. Estos tipos no son superhéroes luchando contra un enemigo», explica Bernthal, señalando al grupo que de este lado de la pantalla desprende una camaradería entrañable. «Porque podemos hablar y tener las mejores intenciones. Pero por muchos pasos que dé la Humanidad, siempre regresamos al conflicto sangriento», remata Pitt. Y todos se cuadran ante el comandante.
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