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jueves, 12 de febrero de 2015

El soldado «inválido» que salvó la Alhambra de Granada de los explosivos franceses

La Guerra de la Independencia fue el periodo de la historia de España donde se produjo una mayor destrucción del patrimonio artístico. En Madrid, José Bonaparte requisó cientos de obras y las envió a Francia con la excusa de querer protegerlas de los estragos de la guerra

Wikipedia
 Vista general de La Alhambra
La ciudad de Granada sufrió en sus carnes las consecuencias más dolorosas de la invasión francesa. Una parte de la estructura que conforma el complejo de la Alhambra quedó destruida.
En su retirada forzosa, el mariscal francés Jean de Dieu Soult ordenó volar por los aires las fortificaciones de la Alhambra de Granada. Entre el mito y la realidad, las torres del recinto fueron explotando una tras otra hasta que, cerca ya de los palacios nazaríes, el cabo de Inválidos José García obstaculizó el hilo de pólvora con su propio cuerpo. Su hazaña evitó una pérdida histórica, no así las otras muchas que sufrió el patrimonio cultural español durante aquella guerra, donde incluso los aliados ingleses participaron del expolio.
Dentro del monumento granadino, en el Patio de los Aljibes, hoy se conserva una placa que recuerda la hazaña de este soldado: «A la memoria del cabo de "Inválidos" José García que con riesgo de perder la vida salvó la Reina de los Alcázares y torres de la Alambra en 1812». Poco más se sabe de este héroe casi anónimo. La tradición oral canta que José García ingresó en el Cuerpo de Inválidos del Ejército español –antiguo cuerpo que integraban los soldados que habían sido mutilados en combate– a consecuencia de la pérdida de una mano y de una grave herida en la pierna, tras la batalla de Bailén. El otro dato básico sobre su biografía es la fecha de su muerte: el granadino falleció en 1834 víctima del cólera. El resto de su relato vital se entremezcla con la leyenda, en el mejor de los casos, cuando no se pierde en el terreno de lo incierto.
Las tropas napoleónicas habían construido una fortificación en torno a la Alhambra, situando las baterías de artillería en los Alixares y reforzando la zona de Santa Elena, la más alta del recinto nazarí. Con el avance de las fuerzas españolas, los franceses ejecutaron el protocolo habitual en sus retiradas: desmantelar y dejar inservibles sus estructuras de defensa con explosivos. Así, según los estudios históricos, las partes más dañadas por las explosiones fueron las diez torres de la zona alta, la Torre de los Siete Suelos, la Torre del Agua y la del Cabo de la Carrera. No en vano, si los franceses tenían intención de volar los palacios nazaríes –como afirma la versión más exagerada del relato– no fue con el objetivo de atacar el monumento, sino como un daño colateral. De hecho, apreciaron y cuidaron la Alhambra en su breve estancia mucho más que los españoles habían hecho en los dos siglos anteriores.
Museo del Prado
«La Rendición de Bailén», pintura de José Casado del Alisal
Al ocupar su cargo de comandante militar de Granada, Horace Sebastiani quedó admirado por la riqueza de la herencia musulmana que embriagaba la ciudad. El general revolucionario decidió instalar su alto mando en la fortaleza roja. En ese momento la Alhambra se encontraba abandonada y repleta de escombros, por lo que fue necesaria una profunda restauración. Los franceses repararon los techos, repoblaron los jardines y estanques y recuperaron el flujo de agua en las fuentes. Por su parte, el Rey impuesto por el emperador Napoleón, José Bonaparte, fue el primero en dotar a la Alhambra de un presupuesto fijo para su conservación y restauración. Por eso resulta sorprendente que el reguero de pólvora que apagó José García, que realizaba labores de vigilancia durante el sitio de Granada, tuviera como principal objetivo los palacios.
De una forma u otra, la leyenda pasó de generación en generación y la vigilancia de los recintos de la Alhambra fue encomendada al Cuerpo de Inválidos, concretamente se encargaron del cuidado de los bosques, parques y jardines. Cuando fue disuelto el Cuerpo de Inválidos, la labor fue pasando de padres a hijos hasta 1996. María Victoria Carrasco, esposa del último vigilante de la Alhambra, ha quedado en los archivos como la última habitante del recinto monumental de la Alhambra.

El expolio cultural: hurtos y regalos

Las tropas francesas, no en vano, fueron las principales responsables del expolio cultural que sufrió España en la Guerra de la Independencia. La Alhambra tuvo la fortuna de caer en manos de un militar que supo apreciar su belleza, pero no así otras construcciones, esculturas y pinturas que fueron pasto del despiadado avance francés. Lo primero que hizo José Bonaparte al llegar a Madrid fue empaquetar las joyas de la Corona Española y mandarlas para Francia. Es este el motivo por el que la actual Casa Real de España no tiene corona, ni joyas oficiales.
Asimismo, el mariscal francés Jean de Dieu Soult que ordenó la retirada general de Andalucía y la destrucción de las fortalezas, en la mayoría de casos emplazadas en edificios emblemáticos, ha pasado a la historia negra del arte español por sus graves hurtos. Prendado de la pintura sevillana, y especialmente de las obras de Murillo, el militar reunió una de las mayores colecciones particulares de arte de la historia a costa de los andaluces. Muchos de aquellos cuadros, como «La cocina de los ángeles» o «Fray Junípero y el mendigo», se exhiben todavía hoy en museos franceses como el Louvre. En total, se calcula que solo de los conventos e iglesias de Sevilla sus hombres y él se llevaron más de 180 cuadros de primeros maestros españoles.
La Guerra de la Independencia fue el periodo de la historia de España en el que se produjo una mayor destrucción del patrimonio histórico y artístico. En Madrid, José Bonaparte requisó cientos de obras y las envió a Francia con la excusa de protegerlas de los estragos de la guerra. Mientras esperaban para viajar a París, los cuadros fueron acumulados en pésimas condiciones en los conventos del Rosario y de San Francisco. A su vez, en el Alcázar de Sevilla se reunieron un millar procedente de toda Andalucía. Bien es cierto que estos cuadros y objetos serían parcialmente devueltos a partir de 1816 cumpliendo con lo acordado en el Congreso de Viena. Pero muchos se esfumaron en el viaje, como los centenares sacados de San Lorenzo de El Escorial de los que solo se recuperaron una veintena. Otros tantos fueron extraviados por la mala gestión de Fernando VII.
Apsley House
«El aguador de Sevilla», de Diego Velázquez
En su huida del país, «Pepe Botella» cargó en su equipaje más de 100 obras de grandes maestros de la pintura española. Por fortuna (para el inglés), el duque de Wellington capturó el convoy con los cuadros y escribió a Fernando VII pidiéndole instrucciones sobre cómo trasladarlos de vuelta a sus lugares de origen. Sin embargo, el Monarca español creyó oportuno que el inglés a modo de gracia se quedara la colección, que hoy conforma el núcleo del Museo de Wellington en Aspley House. Cuando el hermano de Wellington recibió el envío contestó extasiado por el valor del botín, en el que estaba incluido «El aguador de Sevilla», de Velázquez: «He abierto los paquetes tomados en Vitoria y los he enviado a su casa para que fueran cuidadosamente examinados, habiendo encontrado que contienen una colección de pinturas como usted no puede concebir...».
El duque de Wellington, además, fue acusado de atacar infraestructuras españoles con la intención de beneficiar económicamente a Inglaterra. Así, la Real Fábrica de porcelana del Buen Retiro, conocida internacionalmente por su calidad, fue convertida en una fortificación por los franceses y explotada en mil pedazos por orden inglesa cuando ya había sido desalojada tras la batalla del Retiro el 13 de agosto de 1812. Los intereses ingleses por acabar con la competencia en aquel sector no dejan lugar a dudas: fue una acción premeditada.
 
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¿Cuánto sabes de la Guerra de la Independencia? Ejercicio: las fases de la contienda
Durante los 5 años que costó expulsar a Napoleón de España, la lucha pasó por diferentes etapas ¿Sabrás reconocerlas?
GOYA
 Los mamelucos a las órdenes de Napoleón cargan contra la población civil de Madrid
Aunque fueron pocos los años que el ejército de Napoleón Bonaparte anduvo por tierras españolas, la guerra pasó por varias etapas que deben ser perfectamente reconocibles para los estudiantes. Así pues, desde que los franceses entraron en la Península hasta que fueron expulsados de una patada, la resistencia de los hispanos pasó por momentos de exaltación, desesperación y desconcierto (todos ellos de gran importancia). Por ello, te proponemos que pongas tu conocimiento sobre la Guerra de la Independencia a prueba y lo compares con el de un estudiante de la ESO.
Preguntas
1-Diferencia las 4 etapas que se sucedieron durante la Guerra de la Independencia
2-¿En qué batalla fue derrotado por primera vez en campo abierto el ejército francés? (explícala brevemente)
3-¿Cuándo terminó la Guerra de la Independencia?
Respuestas:
1-
a-Entrada en España-Noviembre de 1808
En esta época, el Ejército galo trató de expandirse lo más rápidamente posible a través de la Península aprovechando la trampa que había tendido a los españoles. Sin embargo, la resistencia ciudadana frenó en seco al contingente de Napoleón en varias regiones como Andalucía. Allí, los soldados del águila imperial no pudieron doblegar a las tropas de Castaños, lo que les impidió penetrar en esta región (uno de sus objetivos prioritarios). Tal fue la alarma y el desconcierto de los invasores, que José I (rey impuesto por Bonaparte) abandonó Madrid y se dirigió a Vitoria por miedo a recibir un tiro de fusil en el momento más inesperado.
b-Desde noviembre de 1808 a enero de 1809
Viendo que su ejército estaba sufriendo la furia de la resistencia española, el mismísimo Napoleón Bonaparte acudió a la Península para dirigir en persona a sus tropas. Entró en el territorio con un gran ejército con el que venció una y otra vez a los españoles. Finalmente, pacificó Madrid, Zaragoza y llegó hasta Andalucía. En cambio, en enero de 1809 se le informó de que Austria le había declarado la guerra, por lo que se vio obligado a marcharse a Paris y dejó a sus mariscales para que terminasen el trabajo.
c-Enero de 1809-enero de 1812
Fase central de la contienda. La participación militar de Gran Bretaña y el nacimiento de la guerra de guerrillas impidieron a los mariscales franceses hacerse con varios de sus objetivos (entre ellos Galicia). El avance, para desesperación de los galos, fue detenido.
d-De 1812 al final de guerra
La situación se inviertió. El imperio napoleónico empezó a tener problemas en Europa y, en España, la iniciativa en la guerra la tomaron los hispanos con ayuda de los ingleses y los portugueses. Finalmente se presionó tanto a los franceses que Napoleón se vio obligado a firmar la paz.
2-La batalla de Bailén. Se sucedió el 19 de julio de 1808. Por entonces, el ejército francés pretendía partir desde Madrid y, a través de la ciudad de Bailén, entrar definitivamente en Andalucía y acabar con uno de los reductos más destacados de la resistencia española. Sin embargo, un ejército al mando los generales Castaños y Reding logró detener el avance galo. Supuso la primera derrota en campo abierto de los soldados de Napoleón y provocó que los invasores abandonaran Madrid y se replegaran hasta el norte del Ebro. Además, significó un revés para el orgullo del «pequeño corso», que sintió que su invencible armada había sido humillada por un contingete inexperto y formado, en buena parte, por milicianos.
3-En diciembre de 1813, cuando Napoleón firmó el tratado de Valençay.
 
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guerra de la independencia

Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español

El 19 de julio de 1808, las tropas de Bonaparte sufrieron en Andalucía su primera derrota de la historia en campo abierto
Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español  
«La rendición de Bailén», cuadro de José Casado del Alisal que se exhibe en el Museo del Prado, con el general Castaños a la izquierda y el derrotado general Dupont a la derecha
Un día como hoy, aunque hace nada menos que 205 años, las tropas españolas lograron un hito que ningún otro ejército había conseguido antes: vencer a las fuerzas de Napoleón en combate abierto. Aquella jornada, bajo un sol de justicia andaluz que acosaba a los soldados con una temperatura de 40 grados, las huestes del «pequeño corso» nada pudieron hacer contra los briosos hispanos que, a mosquete y espada, defendieron el pequeño pueblo jienense de Bailén del invasor.
Ese 19 de julio de 1808 los españoles no sólo humillaron a las altivas tropas napoleónicas mediante un ejército formado por multitud de milicianos, sino que también lograron dar un golpe de efecto que marcaría el principio del fin de la ocupación francesa en España. Así, la batalla de Bailén quedaría grabada con tinta indeleble en la Historia.
Corrían malos tiempos para España en los inicios del s. XIX. Todo había comenzado con un pequeño megalómano, Napoleón Bonaparte, quien, después de subir al poder en Francia años atrás, asumió como suya la tarea de dominar una buena parte de Europa y derrotar al gran enemigo de su Imperio: Gran Bretaña.
Tras caer en la cuenta de que no podía asediar a la indomable Albión por mar, el corso prefirió pasar a una táctica menos invasiva: bloquear el comercio de Reino Unido. Sin embargo, para que esta idea se sucediera a la perfección, Bonaparte debía conquistar Portugal, una región tradicionalmente aliada de los ingleses y que no se plegaría sus deseos.

Una trampa mortal

Pero para llegar hasta Portugal una tierra se interponía en el camino de Napoleón, España. Por ello, en 1807 el francés firmó con Godoy –valido del rey- el Tratado de Fontainebleau, mediante el cual logró obtener el permiso para atravesar con más de 100.000 hombres el territorio hispano.
El macabro plan de Napoleón había comenzado. Y es que, en su paso a través de España, el disciplinado ejército francés fue ocupando diferentes ciudades hasta llegar a Madrid. Así, lo que en un principio comenzó como un permiso de paso, acabó convirtiéndose en una invasión a gran escala. A su vez, las intrigas políticas del «pequeño corso» –que consiguió finalmente dar el trono español a su hermano- terminaron por minar la paciencia de la población que, a partir de mayo, comenzó a levantarse contra los casacas azules.
Así, se iniciaron una serie de revueltas por todo el territorio a base de rastrillo y cuchillo en contra del águila imperial. Tocaba defender el territorio del invasor y, ante la escasez de tropas regulares, el pueblo no dudó en proteger cada palmo de tierra hispana con su sangre. Además, a lo largo y ancho de toda España, los defensores se fueron constituyendo en pequeñas juntas locales –encargadas de organizar la resistencia contra Francia- ante la destrucción y la inactividad de los organismos centrales.

Camino de Andalucía

Sin embargo, en casi toda España comenzaba a imponerse el entrenamiento de los soldados galos que, mejor pertrechados, plantaban cara con osadía a cualquier levantamiento local. Por ello, con el centro y el norte asediados, Napoleón no tardó en plantearse la conquista del sur de la Península.
«Confiado en el éxito inmediato de la ocupación, Napoleón ordenó al general Pierre Dupont de l'Etang que ocupara Córdoba y avanzara hacia Sevilla y luego a Cádiz. El objetivo era rescatar a una escuadra francesa allí bloqueada desde la batalla de Trafalgar y hacerse con el control de los puertos andaluces, al tiempo que amenazaba Gibraltar» señala el escritor y periodista Fernando Martínez Laínez en su obra «Vientos de gloria».
Para cumplir esta misión, los franceses enviaron unos 9.000 soldados de infantería, a los que los que se sumaron unos 4.000 hombres montados (entre coraceros –la caballería de élite del ejército galo experta en ataques cuerpo a cuerpo- y dragones –jinetes armados con mosquetes-). Al mando de esta fuerza estaba Dupont, uno de los generales más destacados y fiables del «pequeño corso».
No obstante, la campaña andaluza salió muy cara a los franceses que, acosados por los guerrilleros y el hambre, decidieron asentarse en Andújar (ubicada a 28 kilómetros de Bailén) con la intención de esperar refuerzos. Con todo, prefirieron dejar su sello de destrucción arrasando y saqueando Valdepeñas y Córdoba. Sin embargo, lo que no sabían los soldados del águila imperial es que los españoles les harían pagar cada gota de sangre derramada.
Una vez llegados sus refuerzos, Dupont levantó la cabeza con orgullo al saber que contaba a sus órdenes con 34.000 hombres divididos en cinco divisiones. Para facilitar la organización de este ejército tan numeroso -como bien explica el escritor y experto Francisco Vela en su obra «La batalla de Bailén. El águila derrotada» - el galo entregó cada una a un oficial. Entre ellos destacaba el General de división Vedel, un militar que se había ganado sus galones y el favor de Napoleón combatiendo contra los austríacos varios años antes.
Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español
«El águila derrotada»
A su vez, el francés sabía que de su lado estaba, además del gran número de soldados galos, la experiencia de los mismos. De hecho, se creyó tranquilo al conocer que combatiría al lado de un buen numero de sanguinarios coraceros y un batallón de marinos de la guardia imperial (una de las unidades de élite de la infantería imperial).

El levantamiento andaluz

Por su parte, y ante el peligro que se cernía sobre la patria, España llamó a filas a los ciudadanos, que se sumaron las escasas tropas regulares existentes. «Tras el levantamiento madrileño del 2 de mayo, que se extendió prácticamente a España entera, las Juntas de Sevilla y Granada comenzaron a formar dos ejércitos que deberían unirse en algún punto de Sierra Morena para detener a los franceses», explica Laínez.
Así, los defensores consiguieron reunir una fuerza equiparable a la de los crueles «gabachos» al contar con 30.000 soldados. Sin embargo, más de la mitad del ejército estaba formado por milicianos que, aunque tenían en su interior el ardor propio de un militar español, carecían de experiencia en combate. Con todo, cada uno sabía que plantaría cara al invasor francés hasta la última bala de mosquete.
Al mando de la fuerza se destacó el general Francisco Javier Castaños. Éste, a su vez, decidió dividir a sus hombres en tres columnas, como bien explica Laínez en su obra: «La primera, con 9.450 hombres, al mando del mariscal de campo de origen suizo Reding. […] La segunda, mandada por el mariscal de campo belga marqués de Coupigny [contaba] unos 8.000 hombres. […] La tercera columna, compuesta de dos divisiones al mando de los tenientes generales Félix Jones y Manuel La Peña [disponía] de 12.000 hombres de las milicias provinciales. […] Además, se contaba con una “columna volante” que mandaba el coronel Juan de la Cruz con unos 2.000 hombres, casi todos voluntarios».
Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español
El general Castaños
Tras una serie de pequeñas escaramuzas iniciales entre ambos contingentes, el día 17 de julio de 1808 se realizaron una serie de movimientos que marcarían directamente el resultado de los combates. Todo comenzó el 16, jornada en que Dupont –ubicado en Andújar- envió a la división de Vedel hacia el entonces insignificante pueblo de Bailén con órdenes de plantar cara a las tropas de Reding, a las que se suponía defendiendo el lugar.
Pero el general francés encontró este minúsculo pueblo vacío. ¿Qué había podido suceder? Casi sin tiempo para pensar, en la cara de Vedel se pudo adivinar una expresión de terror. Y es que, la posibilidad más lógica era que la división española hubiera partido hacia Despeñaperros (un paso a través de las montañas en dirección a Madrid) para cortar una posible retirada francesa.
«En esta ocasión todo el equívoco parte de las informaciones dadas por el paisanaje a los franceses, en especial por un alemán afincado en el pueblo, el cual le confirmó el paso de tropas enemigas encabezadas por los Dragones de Lusitania, lo que acabó por confundir a Vedel que vio cómo fuerzas regulares le sacaban ventaja en la carrera por llegar a Despeñaperros», explica en su libro Vela.
Velozmente, Vedel inició la marcha hacia las colinas dejando atrás el verdadero teatro de operaciones. Sin embargo, este no fue el único error que cometieron los franceses, sino que, además, enviaron a otro de sus generales con una considerable cantidad de tropas hacia dos posiciones ubicadas en la sierra.

El curioso encuentro

Mientras, el altivo Dupont continuó esperando despreocupado en Andújar creyendo inocentemente que su experimentado ejército podría hacer frente a cualquier hueste formada por los españoles. Al parecer, nunca tuvo demasiado respeto a un ejército que, según sus palabras, carecía de instrucción y disciplina.
Días después, y ante la falta de noticias, Dupont dio un giro radical a su plan de operaciones y partir hacia Bailén, en el cual creía que había solo un pequeño contingente de tropas españolas. Todo cambió cuando, en la noche del día 18, sus exploradores le informaron de que a las puertas del lugar le esperaban nada menos que 14.000 soldados enemigos: las divisiones de Reding y Coupigny movilizadas días antes por Castaños.
A los españoles, por su parte, también les cogió por sorpresa el encuentro, pues sabían que, aunque eran superiores en número a las tropas francesas, no contaban con la experiencia suficiente para vencer al poderoso ejército galo. No obstante, y a pesar de esta curiosa sorpresa de verano, ambos bandos se prepararon para la batalla. Ahora sólo quedaba ganar tiempo hasta que llegaran los refuerzos: Vedel por parte de los franceses y Castaños por el bando español.
«Como se puede comprobar, de todo esto deducimos que ambos bandos se encontraban mal informados sobre las fuerzas y posiciones respectivas y que se dirigían a una batalla de encuentro. Ni Dupont sabía que se iba a topar con Reding ni éste que se le echaba Dupont encima. Aquel tenía su retaguardia amenazada por las dos divisiones de Castaños, y Reding amenazada la suya por Vedel», completa el autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada».

¡A formar la línea!

Tras el primer contacto con las unidades de exploración francesas –aproximadamente a las tres de la madrugada del día 19-, los españoles dieron comienzo a una alocada carrera contra el tiempo para formar su línea defensiva. El ejército, ahora al mando de Reding, tuvo que organizar a dos divisiones que incluían, según Vela, a unos 12.600 infantes (armados principalmente con mosquetes) y 16 piezas de artillería. A su vez, la fuerza contaba con el apoyo de casi 1.200 jinetes, entre los que había varias unidades de los famosos garrochistas (pastores que, diestros en el uso de la lanza, se incorporaron a filas para combatir al invasor francés).
Para hacer frente a los galos, las tropas españolas formaron a las afueras de Bailén. «Al amanecer, el ejército español se desplegó en forma de arco o herradura abierta con los extremos apoyados en los cerros Valentín, al norte, y Haza Walona, al este», completa el autor español en su obra.
En vanguardia se situó la infantería formando una consistente fuerza de choque a base de mosquete y bayoneta. Como apoyo, se intercalaron varias piezas de artillería con las que aplastar las formaciones francesas. En segunda línea, Reding ubicó varias unidades de infantería de reserva además de algunos regimientos de caballería con un doble objetivo: apoyar a los cañones y flanquear al enemigo.
Por su parte, el experimentado Dupont contaba a sus órdenes con unos 8.000 infantes (entre los que se encontraban los marinos de la guardia imperial), unos 2.000 jinetes (sumando a coraceros y dragones) y 23 cañones. Como siempre, la fuerza de los franceses la componía principalmente la caballería pesada, que solía ser usada como un martillo en contra de las formaciones enemigas.
Como era de esperar, Dupont ordenó formar con un sólido bloque de infantería en el centro, la temible caballería en los flancos y varios cañones como apoyo (estas de menor potencia que las españolas). Con las piezas dispuestas para la partida de ajedrez, ahora todo quedaba en manos de la resistencia, la valentía y la tenacidad de los soldados.

Comienza la batalla

La contienda comienza bajo un caos total, pues eran las tres de la mañana y la oscuridad todavía no había abandonado Bailén. «Entre las tres y las cinco de la madrugada lo único claro es que no hay nada claro. En medio de la oscuridad […] lo único cierto son las voces de ¡quién va!, los fogonazos de los disparos y poco más», determina en su completísima obra Vela.
A las cinco de la mañana, y sin más dilación, varias unidades del ejército español se lanzaron -en el extremo del flanco izquierdo- a la conquista de una posición que les podía otorgar una ventaja táctica de gran importancia: el cerro Haza Walona. Con sus mosquetes cargados y una buena visibilidad tomaron este emplazamiento sin combates y se aprestaron a la defensa.
Sin embargo, su alegría dura poco, pues, con la primera luz de la mañana, Dupont ordenó a la brigada suizo-española (antiguamente al servicio de España y ahora encuadrada a la fuerza en el ejército francés) asaltar la colina. Por suerte, la tenacidad de los defensores se hizo patente y consiguieron resistir este primer embiste.

La treta española

Sin más paciencia que agotar, Dupont organizó a su caballería para que, al galope y colina arriba, tomara el Walona. En este caso, ni el incesante fuego de mosquete español valió para detener a lo mejor del ejército imperial, que arrasó a dos batallones españoles a los que, incluso, arrebató sus estandartes, un hecho muy significativo para la época.
Pero, a pesar de que los jinetes franceses podrían haber abierto brecha en la línea española, se retiraron a sus posiciones azuzados por una curiosa treta de los defensores. «[Una unidad española] a las órdenes de un teniente mantuvo una frenética actividad para dar la impresión de contar con un mayor número de efectivos. Sin saberlo, esta actividad, junto con los agudos toques del trompeta de este destacamento ejecutando todos los toques reglamentarios, confundió a los jinetes galos», añade el autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada».
Bailén, la batalla donde Napoleón fue cruelmente humillado por el Ejército español
Cuadro del pintor Ferrer-Dalmau sobre la batalla de Bailén

Mientras, en el centro del campo de batalla, los franceses formaron columnas para lanzar la que, según creían, sería la ofensiva definitiva sobre las tropas españolas. «La Brigada Chabert desplegó en cuatro columnas de ataque […] e inició la contrastada maniobra gala del choque a la bayoneta en columnas cerradas», señala Vela.
En perfecto orden, los soldados franceses avanzaron hasta situarse frente a las tropas defensoras. Sin embargo, los galos no contaban ya con parte de su artillería –la cual había sido destruida por los cañones españoles desde la lejanía- lo que provocó que fueran tiroteados sin piedad.
Tras sufrir considerables bajas, la situación terminó de complicarse para los soldados de Napoleón cuando Reding ordenó a una parte de la caballería española cargar contra sus filas. La presión fue demasiada para los experimentados casacas azules, que, sin poder resistir ni un segundo más, se retiraron manteniendo la formación.
Sin embargo, la inexperiencia de algunas de las tropas hispanas salió cara a Reding cuando los garrochistas, ávidos de venganza, no mantuvieron la formación y se lanzaron solos contra varios olivares defendidos por soldados galos. Por desgracia, los mosquetes franceses no perdonaron este error e hicieron mella en las filas de los confiados lanceros.

La imprudencia sale cara

Con el espeso polvo surcando el campo de batalla y el calor haciendo mella en los soldados, la situación se recrudeció en el flanco derecho cuando un escuadrón español, fogoso y ávido de hacer sangrar a tantos soldados franceses como pudiera, se adelantó demasiado y perdió el apoyo de sus compañeros.
Tras un breve intercambio de disparos con la infantería gala, la imprudencia de estos españoles les terminó pasando factura cuando, de improviso, tuvieron que hacer frente nada menos que a una carga de caballería francesa. Por suerte, y a pesar del gran número de bajas que sufrió esta unidad, se consiguió mantener la línea gracias al apoyo de varios regimientos cercanos.

La batalla de Bailén en el momento del tercer ataque de Dupont

La última carga del águila

Ya al medio día, el sol se convirtió en un desagradable protagonista para ambos ejércitos cuando la temperatura sobrepasó los 40 grados. En ese momento hicieron su entrada en batalla cientos de mujeres del vecino pueblo de Bailén que, arriesgando sus vidas, trasportaron cántaros de agua entre sus compatriotas.
Abrasados por el calor, extenuados por el cansancio y temerosos ante la posibilidad de que Castaños atacase su retaguardia, los franceses organizaron entonces a sus últimas tropas para llevar a cabo un desesperado asalto contra Bailén. Para ello, además de a las mermadas unidades de infantería que le quedaban, Dupont llamó también a sus escasas reservas: los marinos de la guardia imperial.
«Eran en total unos 3.300 hombres desesperados encabezados por el mismísimo Dupont y su Estado Mayor, que sabían que se les acaba el tiempo», señala el experto. Conocedores de que necesitaban un milagro para dar un vuelco a la contienda, los franceses trataron de sacar últimas fuerzas y plantar cara a sus enemigos.
No obstante, la misión era casi imposible y las últimas tropas galas fueron pasadas a mosquete por los ávidos españoles. La última gota de ánimo que aún mantenía vivos a los franceses se acabó cuando Dupont fue herido y casi derribado de su montura. Finalmente, la esperanza imperial se desvaneció cuando vieron aparecer a las tropas de La Peña por su retaguardia.

Rendición final

Todo había acabado. Sabedor de la derrota, Dupont ordenó la rendición y llegó a un acuerdo con los españoles para que sus tropas fueran repatriadas a Francia (cosa que nunca se llegó a realizar, pues una gran parte de los soldados imperiales acabaron muriendo de inanición en una isla cercana).
De nada valió la llegada en el último momento de las tropas de Vedel por la retaguardia española, pues Dupont ordenó a su subordinado detener el ataque ante el temor de las represalias sobre los soldados franceses capturados. Había aparecido demasiado tarde para poder ser determinante y las «inexpertas» tropas españolas se habían hecho con la victoria.
La capitulación fue, al parecer, demoledora para Napoleón, que nunca antes había visto a su ejército derrotado en campo abierto. Además, el hecho de que hubiera sido vencido por una fuerza formada por multitud de milicianos no ayudó a calmar su ira. Tal fue su enojo que acabó con la carrera de los pocos oficiales galos que volvieron a Francia.
Una vez acabada la batalla hubo que recontar las bajas. Por el lado francés sumaban –entre muertos, heridos y contusos- unos 2.200 soldados (el resto fueron hechos presos). «En el bando español […] se confirmaron 192 muertos, 656 heridos, 8 contusos y 1.013 extraviados», finaliza Vela.

Francisco Vela, autor de «La batalla de Bailén. El águila derrotada»: «La reacción de Napoleón fue iracunda»

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