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martes, 5 de agosto de 2014

“¿Os importa que me quite el bañador?

“¿Os importa que me quite el bañador?                                             
¡Despierta¡ ¡Necesito que me mires los pezones!
Mi amiga Marta intenta abrir los ojos mientras tuerce la boca sin saber muy bien si sigue despierta o es una pesadilla lo que le está ocurriendo. Ha tenido una noche loca con su “hippie de cabecera”, al que ha concedido la categoría de consolador para las noches en las que no consigue una conquista nueva.


- ¡Es una emergencia! Por favor, Marta, mírame los pezones, están abiertos, son feos.
- ¡Para! Por favor, deja que la sangre llegue a mi cerebro, no entiendo nada de lo que estás diciendo ¿Dónde está la urgencia, cuál es la emergencia? ¿Qué les pasa a tus pechos?
- ¡No, a mis pechos no, a mis pezones! ¿Me los puedes mirar?
- Yo no soy médico, pídeselo a Nuño, que me dijo ayer que es cirujano plástico… Por cierto, he investigado y es uno de los buenos.
- ¿Cómo se lo voy a preguntar a Nuño si te lo estoy preguntando precisamente por él y por Martín?
- ¡PARA MAR! Deja que me levante, me tome un café y me cuentas despacio, como si fuera una niña de preescolar, qué pasa.
María nos ha oído y se une a nosotras en el salón en torno a una taza de café para resolver el dilema. Les cuento la invitación de Nuño de ir con ellos a una playa, pero me da pánico hacer topless porque “no me gustan mis pezones”.
Mis amigas me miran como si estuviera loca.
- Mira cariño -interviene Marta con aire maternal-, los pezones de las mujeres pueden ser de mil maneras, pero es la primera vez que escucho a alguien acomplejarse de los suyos. He oído mil historias sobre los pechos, por pequeños o por grandes, por caídos o por agrietados, pero es la primera vez que los pezones pasan a ser un problema.
Me desabrocho el vestido de playa con el que he ido al mercadillo y les enseño el pecho.
- ¿Qué les pasa a tus pezones?, pregunta María con cara de no entender el drama.
- Mis pezones están abiertos, no son como gomas de lapicero.
- ¿Quién ha dicho que tienen que ser como gomas de lapicero?, preguntan al unísono mis amigas.
- Los tuyos son como gomas de lapiceros, respondo señalando con el dedo el pecho de Marta.
- Deja de decir tonterías, tu pecho es precioso. Hasta Mario, que es gay, te dijo que está estupendo.
- Es verdad -apunta María-, ya me gustaría a mí. Yo tengo una aureola muy grande, pero hace tiempo que no le doy importancia. Lo que ocurre es que no estás acostumbrada a hacer topless y por eso te han asaltado los miedos. Para Marta y para mí es habitual. Si te vas a sentir incómoda es mejor que delante de Martín y de su hermano vayas con el bikini completo…
- ¡Ni en broma! No quiero que piensen que soy una ñoña mientras vosotras mostráis frontales. Ya veré qué hago cuando llegue el momento. Ahora nos tenemos que poner en marcha, que salimos dentro de una hora.
Para ser tres chicas, hay que reconocer que manejamos muy bien los tiempos. Mientras ellas se duchan, me encargo de hacer los bocadillos para todos y meter hielo y bebida en la nevera portátil.
Los vecinos nos recogieron puntualmente. Nos ayudaron a bajar las cosas a un todoterreno blanco con la tapicería de cuero rojo. “Un coche que parece propio de una mujer”, pensé al subirme en la parte de atrás, junto a Martín y María. Marta se apresuró a sentarse de copiloto alegando que se mareaba.
Desde el primer momento volvió a la carga sobre Nuño. “Está claro que tiene un gen del ligoteo que no tenemos el resto de los humanos”, la justifico para serenarme internamente.
Me esfuerzo por no caer encima de Martín en cada cuerva, cosa que María hace al contrario y hasta de manera exagerada.
“Otra que quiere jugar fuerte hoy -medito-. Pero esta vez voy a jugar yo también, no pienso quedarme como un pasmarote mientras Marta y María intentan atrapar a los vecinos, que son MIS VECINOS”.
Tardamos veinte minutos en llegar a una cala preciosa, escondida entre riscos y con un difícil acceso por un camino no apto para cualquier coche. Nuño tuvo que meter la tracción a las cuatro ruedas en más de una ocasión.
Una vez más estamos en territorio de los herederos de “Colón”.
- ¿Cómo encontrasteis esta playa?, pregunta Marta mientras baja del coche.
- La conocemos desde hace tiempo. Fue un descubrimiento de mi hermano mayor, a mí me trajo hace casi treinta años, pero él la frecuentaba de antes.
Elegimos un lugar cerca de las rocas, guiados por Nuño, que parece dominar perfectamente el terreno y no para de responder a las preguntas de metralleta de Marta. “Ese es otro gen de Marta. Al de acosadora de hombres hay que unirle el de periodista preguntona. Seguro que antes de que acabe el día le encuentro otro”, pienso.
“¡Ya estoy ante la decisión que me trae loca desde esta mañana!: topless sí o topless no?”. La duda se despeja rapidísimo al ver a mis amigas despojarse de la parte de arriba del bikini de la forma más natural. “¡Tú no vas a ser menos!”, me desafío. Así que ahí me encuentro yo, en una cala preciosa, junto a dos chicos que creo que me gustan, sólo con la braguita del bikini. “No ha sido tan difícil”, me tranquilizo, sobre todo al ver la sonrisa cómplice de mis amigas.
Nuño interrumpe a Martín al ver que se iba a quitar el bañador.
- Deberías preguntar a las chicas si les importa. Puede que se sientan incómodas.
Martín nos mira con gesto de interrogación. Marta y María se apresuran a responder que ellas no tienen ningún problema.
- Y tú ¿qué dices, Mar?, me pregunta.
La verdad es me sentiría más cómoda si estuviera vestido, pero no me atrevo a decirlo.
- Por mí, adelante, respondo.
Mi cerebro trabaja a toda prisa para dar órdenes a mi cuerpo, sobre todo a mis ojos, para que no se vayan a la zona de la entrepierna de Martín. Sin embargo, no puedo evitar mirarle mientras se desprende del bañador, como si fuera una escena a cámara lenta. El abultamiento de sus calzoncillos, que contemplé al amanecer a su lado el día de mi borrachera, era proporcionala la dotación que mostraba al natural en la playa. Pero la sorpresa no terminó ahí, lo que me llamó más la atención fue el hecho de que estuviera completamente depilado.
Marta se anima y decide imitarlo, pero la detengo con la mirada. Una mirada entre imperativa y de súplica que entiende a la perfección, aunque me hace una mueca de que no está de acuerdo. Respiro aliviada al ver que quita sus manos de la braguita del bikini y la deja en su sitio.
Mientras extiendo la toalla, Nuño me interrumpe.
- Te he traído una cosa.
- ¿Qué?, pregunto con una sonrisa cargada de ilusión.
- El libro que hojeabas el otro día en casa. Pensé que te podría gustar leerlo. Espero que no te importe que esté subrayado, es una manía que tengo.
- Muchas gracias!!! Casi mejor si me lo cuentas, ¿no?
Seguimos montando nuestro pequeño campamento playero. Marta, aunque ha accedido a no desnudarse, vuelve a la carga. Le da un par de vueltas a la braguita de tal manera que prácticamente está desnuda. Si yo hiciera eso se me escaparía el vello púbico, “pero ella esta depilada, al igual que Martín”. Por suerte, Nuño no ha imitado a su hermano.
Aprovecho que Marta ha empezado su ya famoso ritual al ponerse la crema, que centra las miradas de todo el mundo, para tenderme en la toalla con el libro.
- ¡Nuño! ¡Cielo! ¿Me puedes extender el bronceador por la espalda?
Marta se tumba boca abajo y encoge aún más la braguita -prácticamente tiene el culo al aire-. Lo cierto es es que no se sí reírme del espectáculo, que tiene un punto ridículo, o enfadarme.
Nuño se pone de rodillas y comienza a extenderle la crema. Lo hace despacio, de forma meticulosa, sin dejar ni un sólo centímetro del cuerpo sin cubrir. Sus dedos largos se mueven rápido y no duda ni siquiera al llegar al culo.
Marta se da la vuelta despacio. El tanga, por llamarlo ya así, prácticamente se ha convertido en una tira enrollada que apenas le cubre dos centímetros de su pubis.
- ¿Crees que me he aplicado bien el bronceador, doctor?
Nuño pone una sonrisa irónica.
- Está perfectamente. Ni yo podría hacerlo mejor.
- Pues deberías bajar con nosotras todos los días a la playa para que no nos quememos. Especialmente para que no se queme Mar.
Al oír mi nombre levanto la cabeza del libro como un resorte.
- Es que Mar nunca había hecho topless y tengo miedo de que se le quemen los pezones, suelta Marta a bocajarro.
Creo que me he puesto de todos los colores. El hecho de que mi amiga me guiñe el ojo cuando se levanta para dar un paseo no termina de tranquilizarme.
Nuño se pone a mi lado, pero no hace ningún ademán de darme crema, ni comentario alguno sobre mis pechos, ni mucho menos sobre mis pezones.
- Así no puedes leer bien. Deja que te levante una montaña para que apoyes la espalda… Es fundamental para la columna vertebral y la vista…
-No puede ser. Me siento morir.
Fuente:ABC.es
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