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domingo, 5 de abril de 2015

El ministro extranjero de Carlos III que prohibió el juego y llevar capas largas y sombreros

El marqués de Esquilache emprendió en 1766 una serie de reformas que, supuestamente encaminadas a europeizar a Madrid, desembocaron en violentos alzamientos populares
Grabado del Motín de Esquilache, acontecido en 1766
 Es posible que el nombre de Leopoldo de Gregorio no le diga nada, pero seguramente Esquilache y el famoso motín homónimo hagan lo contrario.
 El apellido en cuestión es la castellanización del italiano Squillace, político al servicio de Carlos III cuyas medidas, en 1766, desembocaron en unas revueltas populares que provocaron su salida de España.
Ejemplo del despotismo de la época, el marqués de Esquilache, natural de Mesina, emprendió una serie de reformas encaminadas, supuestamente, a europeizar la ciudad de Madrid. Estas se centraban, por ejemplo, en prohibir los juegos de azar o vestir con capas largas y sombreros de ala ancha. El decreto emitido, unido a la precariedad alimenticia, incendiaron el ánimo de los madrileños, que terminaron por rebelarse contra su rey y el propio Esquilache. Al parecer, el veto remitía a la inseguridad extendida en las calles de la capital. Con el fin de evitar que se escondiesen armas, se establecieron grupos de vigilancia encargados de acortar las capas y modificar los sombreros, dándoles forma de tricornio para que nadie pudiese ocultar su rostro.
Estas iniciativas, que también establecían una reforma urbana referida a la limpieza de las calles y la mejora del alcantarillado y el alumbrado, impulsaron la rebelión. Así surge el Motín, en el que una multitud exaltada asaltó la casa de Esquilache y tomó las puertas del Palacio Real. Aunque este no se encontraba allí, el inmueble fue saqueado y la violencia fue en aumento. Las autoridades tuvieron que intervenir para restablecer el orden a costa de 40 vidas.
La protesta, en cambio, sí surgió el efecto deseado en Carlos III, que destituyó al considerado «ministro extranjero» y derogó el polémico decreto. Aún así, el rey tuvo tiempo para utilizar tal levantamiento como excusa para intereses personales,  representados en los jesuítas en dicho contexto.

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