Wayne Gardner fue la primera súper estrella australiana de los Grandes Premios. Pero su historia gira en torno al azar.
“Mi vida ha dado un completo giro”, dice con una sonrisa Wayne Gardner mientras contempla el Océano Pacífico desde su residencia en el norte de Sydney. «He vuelto al lugar en el que todo empezó para mí hace 30 años, pero a diferencia de los comienzos de mi carrera deportiva, ahora trabajo para mis dos hijos».
Wayne Gardner fue la primera súper estrella australiana de los GG.PP, el primer campeón del mundo de 500 cc de las antípodas en 1987. Nació en la ciudad industrial de Wollongong y llegó a la competición por casualidad, además de financiar sus primeros pasos con el dinero ganado en la construcción o trabajando en tiendas de motocicletas. Las cosas son bien distintas ahora. Gardner le dedica al menos la mitad de la semana a ayudar a sus hijos Remy y Luca, en la dura tarea de lograr el éxito en las carreras de velocidad. Como miles de padres del mundo que dedican a esto su tiempo, Wayne hace lo que haga falta excepto pilotar la moto, además de ser patrocinador, jefe de equipo, mecánico y tutor de los pilotos.
El camino del propio Gardner en la competición estuvo marcado por el azar: «Uno de mis amigos tenía un kart y yo le insistí a mi padre para que me consiguiera uno, así que cogió el motor de un cortacésped, soldó a una suerte de chasis y salimos a divertirnos».
«Yo solía recoger desechos de jardines locales o cogía trozos de cobre y latón de coches y camiones abandonados para venderlos y comprar gasolina. Un día, mirando entre los desechos, descubrimos una moto de campo semienterrada. Se la pedimos al dueño y nos cobraba cinco dólares por ella, así que fui a medias con mi amigo y nos llevamos la moto a casa. Nuestros padres se encargaron de repararla y empezamos a montar en ella con 14 años de edad. Después seguí insistiendo a mi padre para que me comprara una minimoto nueva en Navidad. Más tarde nos encontramos con un tipo que creía que debía participar en carreras, así que nos fuimos a algunos circuitos para hacer “dirt track” y era algo como: “¡Guau, qué divertido es todo esto!”».
Me subí por primera vez a una moto con 14 años… tras encontrarla semienterrada y comprarla por 5$.
«Lo hice bien en “dirt track”, pero no había mayores ambiciones. Pero cuando tenía 17 años comencé a pensar en que tenía que haber algo más allá, así que creí que debía correr en velocidad». Gardner le puso neumáticos de asfalto a su Yamaha YZ 125 de «dirt track», atornilló un manillar bajo, varió el desarrollo del cambio, quitó el filtro de aire y preparó el resto de la moto para rodar durante un solo día en el circuito de Oran Park: «Después de dos vueltas mi motor gripó».
« Yo había quitado el filtro de aire como hacían los pilotos de velocidad, pero no sabía que después había que carburarla». Sin embargo, aquel día no terminó siendo un completo desastre. Un valiente amigo le prestó al joven Gardner su Yamaha TZ 250: «Todavía recuerdo cómo entraba por primera vez en la recta, pensando en lo increíble y rápida que era aquella moto. Poco después batí el récord de la pista para noveles y supe que acababa de “engancharme” a ello».
Gardner consiguió rápidamente cierta reputación en Australia y se le apodó «el Salvaje de Wollongong» por su pavoroso y espectacular estilo de pilotaje. Era capaz de mirar a los ojos del peligro y hacerle un corte de mangas. En la temporada de 1980 Gardner estaba desesperado por unirse a la tribu de los rapidísimos pilotos australianos y neozelandeses que tan bien lo estaban haciendo en Europa.
Quité el filtro de aire como hacían en velocidad… pero no sabía que había que carburarla después.
Gardner vio su mejor oportunidad ese año en las Swan Series, un campeonato australiano abierto que se celebraba durante el invierno europeo, y que siempre había atraído la atención en Japón y el Viejo Continente: «En la última carrera, en Sandon, Mamoru Moriwaki había venido buscando un nuevo piloto para correr en Daytona en la temporada siguiente ».
Comenzó a llover antes de la carrera reservada a las “Unlimited” y yo sabía que sobre mojado podía hacer un buen resultado con la superbike frente a aquellas Yamaha TZ y Suzuki RG con motores de “dos tiempos”. Sólo había un problema. La moto de Gardner estaba cargada en el furgón del patrocinador y no tenía la llave del cierre: «Así que conseguí romper el cierre con un destornillador, llegar a parrilla, salir y ganar la carrera. Moriwaki quedó muy impresionado por aquello y unas semanas después me llamó para ir a Daytona».
Desde Daytona, Gardner saltó al Reino Unido, donde también causó sensación al vencer en su primera carrera a Ron Haslam –padre del actual piloto de del BSB, Leon Haslam–, y otros pilotos rápidos del momento. Pero esa temporada también tendría que lidiar con la pobreza, ocupando casas de amigos durante la semana y durmiendo en la parte trasera de un destartalado Austin Maxi durante los fines de semana de carreras.
En 1982 dominó la escena británica de la velocidad con el equipo Honda Britain antes de hacer su debut en el GP de Holanda de 1983, una salida que estuvo a punto de ser la última para nuestro protagonista. Nada más comenzar la carrera, el campeón en título de 500 cc Franco Uncini cayó delante de Gardner, no pudiendo éste evitar golpear la cabeza del italiano, que estuvo una semana en coma.
Gardner visitó a Uncini en el hospital, derramó muchas lágrimas y estuvo a punto de dejar de correr en moto: «Franco y yo somos amigos ahora», sonríe Gardner. Su primera victoria en un GP llegaría en 1986, al comienzo de su participación como piloto oficial de Honda Rothmans sobre la NSR 500 junto a Freddie Spencer.
Tras el accidente con Uncini, estuve a punto de dejar las motos.
Cuando los problemas del norteamericano comenzaron a ser patentes y terminaron acabando con su carrera, Gardner asumió el puesto de piloto número uno de HRC y el australiano le devolvió a Honda el preciado título mundial de 500 cc. Gardner venció en 18 GG.PP durante las siete temporadas que estuvo en activo, pero nunca más volvió a ganar el título. La carrera deportiva de «el Salvaje de Wollongong» estuvo siempre marcada por actuaciones gloriosas y caídas con huesos rotos.
Y la diferencia entre ambos desenlaces era a menudo demasiado pequeña. Podía estar descorchando el champán en el podio o retorciéndose en la clínica móvil del doctor Costa. Gardner logró su mejor victoria en Phillip Island en 1990, con un hueso escafoide roto y parte del carenado descolgado y rozando sobre el asfalto.
Realmente, el australiano siempre corrió con todo su corazón, más que Eddie Lawson o Michael Doohan: «Siempre sentí una gran emoción al correr», explica, «a veces me llevó a lograr cosas increíbles y otras me metió en graves problemas». Después de haber cumplido 55 años, Gardner todavía compite de forma ocasional. En 2009 venció en el Classic Superbike australiano al manillar de una CB1000R de 1982, y también es uno de los favoritos y varias veces ganador del evento anual para clásicas Goodwood Revival. El primer campeón australiano de la clase reina lo hizo realmente bien.
No sólo corrió en los inicios de una generación que ha marcado una leyenda, en la que también estaban Lawson, Doohan, Rainey y Schwantz, sino también por el momento que vivía el propio deporte. Todo ocurrió durante la explosiva década de los ochenta, cuando el dinero del tabaco fluía libremente y en abundantes cantidades por los deportes de motor. Puedes estar seguro de que Gardner siempre estuvo muy bien pagado.
Al mismo tiempo, el deporte del motociclismo se ha adentrado en los últimos años en una espiral de tal profesionalidad, que el paddock que conoció Gardner todavía era un sitio divertido. Hace años los pilotos abstemios eran raros. Ahora lo inusual es ver a un piloto bebiendo alcohol: «Entonces era obligatorio beber unas cervezas el domingo por la noche, era como una válvula de escape. Teníamos que poder echarnos unas risas ».
Ahora todo es más profesional y algunas cosas son definitivamente mucho mejores, pero hay otras que no tanto. Me pregunto si los pilotos de ahora realmente disfrutan y si todavía es posible divertirse. Algunos de ellos no parecen hacerlo en absoluto, pero seguro que es mejor que trabajar de nueve a cinco en una oficina. El resto del mundo se tiene que levantar a las 7 de la mañana cinco días a la semana y por eso intento mantener los pies de mis hijos en el suelo intentando explicarles qué es cada cosa».
Antes te bebías unas cervezas el domingo por la noche, ahora es inusual.
«Durante mi carrera tuve momentos muy divertidos. Me encantaba ser piloto profesional, pero creo que mis mejores recuerdos vienen de cuando estábamos en la calle. Pero ahora no podrías hacer nada de aquello. El deporte ha cambiado y todo el mundo empieza desde mucho más joven. En este juego los días de hacer autostop, o dejar las cosas al azar, ya han pasado».
Ser un padre que apoya a sus hijos en los primeros pasos de sus carreras no es algo extraño hoy en día, porque las oportunidades de triunfar son claramente menores si no dispones desde joven de la ayuda de tus padres. Pero Gardner también se dedica a tareas menos habituales. Tiene un asiento en el Consejo de Seguridad del Tráfico en Australia y visita el parlamento varias veces al año en Canberra para informar al ministro de Transporte del Gobierno. La ironía no se le escapa a quien fuera en sus años más jóvenes un piloto arriesgado y bastante irresponsable, más bien una amenaza para las carreteras: «Es divertido pensar que un “quemado” de Wollongong haya terminado ¡sentado en el Parlamento!», reconoce Gardner con una sonada carcajada.
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